Howard se puso los anteojos y a partir de allí lanzó a Crowe a las calles, a esas otras realidades que fluctúan ante nuestros ojos. Una mente...es una peli grandiosa que peca de grandilocuente en los últimos pasajes pero dicho error no puede hacer trastabillar la maestría de una vuelta de tuerca al estilo sexto sentido.

Un matemático, su historia y su padecimiento son reales. Sujeto condicionado por su propia condición que, no obstante, recibió el reconocimiento merecido a esa mente maravillosa que le hizo ver aquello...que solo él pudo ver y descubrir. Su mundo pronto se puebla de conocidos, algunos de ellos verdaderos amigos, y de un extraño encubrimiento en pos de una fórmula matemática que implica mucho riesgo para el involucrado. A estas alturas la trama se enrolla en sí misma y adquiere, sin llegar a serlo, matices thrillerescos. La diferencia entre un loco y un genio, dicen por ahí, es la capacidad racional para iluminar la locura, dejarla desnuda y hacer balance con la realidad "objetiva": solo un iluminado extrae gloria y júbilo entre tanto padecimiento.