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España España · Barcelona
Voto de polvidal:
8
Comedia. Drama Después de hacerse famoso interpretando en el cine a un célebre superhéroe, la estrella Riggan Thomson (Michael Keaton) trata de darle un nuevo rumbo a su vida, luchando contra su ego, recuperando a su familia y preparándose para el estreno de una obra teatral en Broadway que le reafirme en su prestigio profesional como actor. (FILMAFFINITY)
9 de enero de 2015
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al final, todo se reduce al ego. El que los actores necesitan alimentar cada vez que suben a un escenario o se plantan delante de una cámara, pero que camuflan bajo el manto del arte, como un acto altruista hacia los espectadores, como un bien social. O como el que se autoadministran los críticos cuando señalan el rumbo de una obra tras la comodidad de una pantalla de ordenador, conscientes de su poder de movilización de masas. Si ya a pequeñísima escala uno ya escribe pensando en el número de seguidores, en la relevancia social, qué no ocurrirá con los grandes astros del cine, almas en el fondo acomplejadas en búsqueda constante del titular.

Sobre esa industria del entretenimiento, siempre necesitada de teletipos, y sobre los que de alguna manera se encuentran atrapados en ese círculo vicioso trata valientemente Birdman. No sólo porque lanza escupitajos hasta al apuntador, público incluido, sino porque supone un giro radical en la carrera de su director, un Alejandro González Iñárritu bastante habilidoso en el terreno del drama social pero que ahora se demuestra también virtuoso en un ámbito mucho más complicado, el de la crítica intelectual.

Porque la historia de Riggan, una estrella del cine de superhéroes en horas bajas, es todo un mazado de crudeza y honestidad para un star-system tan ocupado mirándose el ombligo, tan autoconsciente de su trascendencia, que no se da cuenta de lo volátil y efímera que se ha convertido la fama. En la era de los tweets, las visitas y los fenómenos virales, la lucha por el trending topic se ha vuelto encarnizada, hasta el punto que los minutos de gloria se alcanzan a base de esperpentos.

Riggan se encuentra inmerso en esa espiral de constante insatisfacción, obsesionado con llegar a un público anónimo y desalmado, una audiencia ávida de la carnaza suficiente para rellenar sus conversaciones de bar y sus timelines, ese otro foro del narcisismo en el que todos buscamos nuestro pequeño espacio de relevancia. De ahí que la escena del protagonista corriendo en calzoncillos por Times Square, ante cientos de smartphones en busca del mejor ángulo, sea tan brillante y paradigmática de la situación actual, que sólo puede condenar al fracaso y la frustración a aquellos que buscan sobresalir con dignidad de la muchedumbre.

Rodada en un falso plano secuencia, por momentos asfixiante, Birdman en realidad está plagada de pequeñas grandes escenas, en las que interpretaciones, diálogos y puesta en escena se alinean a la perfección para dejar en evidencia el show business. El rapapolvo de la hija de Riggan (fantástica e irreconocible Emma Stone) o la conversación con la todopoderosa crítica del The New York Times la noche antes del gran estreno de Broadway con el que el protagonista busca encauzar su carrera no tienen desperdicio, por no mencionar la batalla interior que Michael Keaton libra con su propia conciencia, un superhéroe alojado en el pragmatismo del dólar.

En un ejercicio de metaficción sobresaliente, Iñárritu escoge un plantel de actores cuya situación real encaja perfectamente con el argumento de la cinta. Un olvidado Keaton busca despegarse de la máscara del hombre murciélago con un registro radicalmente distinto, pero un intérprete más consolidado (Edward Norton se sale durante todo el metraje) eclipsa en cierta manera su enorme esfuerzo. Al final, Birdman es el mejor ejemplo de su propia máxima: la popularidad se persigue, pero el prestigio se gana. Iñárritu, desde luego, se lo ha ganado.
polvidal
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