Es difícil hallar en la ociosidad, un rédito personal que justifique semejante autoindulgencia. Por ejemplo, si a ti te encanta jugar a los videojuegos, pero eso no te da de comer, tendrás que buscar otra forma de ganarte la vida.
Lo mismo pasa con las relaciones disfuncionales: existen parejas que se soportan sólo por la mera mediocridad de la rutina. El mero placer de mantenerse en la "confort zone" para que la incertidumbre, -sí, esa que tanto nos aterra- se mantenga bien lejos.

Eduard Burns habla erráticamente de ello, en una película muy personal, pero que hace aguas en su forma. Es una especie de Richard Linklater pero sin la osadía ni frescura de éste último. Uno espera los diálogos tan vivos y directos de la trilogía de "Antes del Amanecer", pero sólo hallará diálogos mediocres con alguna muesca de verdad a puños que no justiifca ni el fondo ni la forma. Porque hacer una película a base exabruptos sólo produce arritmias guioniles, un quiero y no puedo, tomándose la libertad de suponer que el espectador perdonará las licencias del director, empatizando con el exorcismo fantasmal de su autor.

No está mal para asumir un poco el dicho ese de "Consejos vendo, para mí no tengo": tras una ruptura, y, salvo estos coletazos a lo Edward Bruns que de vez en cuando puedan entrar, (la nostalgia supongo) esta película viene muy bien como anticonceptivo frente a la preñadura obzecada y confusa que sopone rememorar el pasado.