Mi acercamiento a “Casa de arena y niebla” se originó en unas circunstancias un tanto inusuales. Había escuchado de este filme por sus tres nominaciones al premio Oscar y por la excelente actuación de Ben Kingsley. Más sin embargo, y con toda franqueza, no me llamaba mucho la atención ver esta película. Un día me acerqué a una videotienda para enterarme de las últimas películas que se tenían a la venta y de repente me encontré con este filme. Recuerdo mucho su imagen promocional, Kinsley y Connelly mirando al vacío a través de un cristal roto. Me pareció una bella imagen, y aprovechando que la película se encontraba en descuento, la compré.

No acostumbro comprar películas que no haya visto previamente, pero hubo algo que me llamó la atención y que no sabría como definir. Hoy, después de haber disfrutado de esta joya, me atrevo a decir que no fue una mala elección. Hace mucho que no me conmovía un filme como este lo ha hecho y me conmueve precisamente por su inmensa humanidad (en el mejor y en el peor de los sentidos), por la forma en que sus personajes poco a poco son capaces de quebrantar sus propios principios en búsqueda de una anhelada felicidad y ante todo, por la manera en que la misma historia se mantiene siempre íntegra, sin juicios de valor, sin falsos moralismos, sin salidas fáciles.

Esta película es ante todo, y en mi concepto, una historia sobre el orgullo y la búsqueda de un lugar en el mundo. Es a partir de estos temas que se origina una aguda reflexión sobre las necesidades humanas, el egoísmo y finalmente, la obstinación. No hay culpables, pero tampoco inocentes. Más que una película, es un fragmento de vida, con todas sus complejidades, inseguridades y contradicciones. He ahí su gran merito. Mi nombre es Nelson, muchas gracias por haber leído mi crítica.