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Voto de Sociotecólogo:
10
Drama Jorge Eliécer Gaitán, líder liberal y candidato a la presidencia de Colombia, es asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948: su muerte conmociona al país. Los seguidores de Gaitán toman las calles de la ciudad exigiendo castigo para los culpables, se producen entonces saqueos, desordenadas manifestaciones y enfrentamientos con la fuerza pública. Los francotiradores se hacen fuertes en distintos puntos de la capital colombiana. El ... [+]
29 de junio de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
CONFESIÓN A LAURA


Tal vez sea la mejor película colombiana de la historia, algo no tan difícil si tenemos en cuenta la pobreza argumental, la impericia técnica y la falta de ambiciones de la gran mayoría de los largometrajes producidos en nuestro país. La historia es simple pero contundente. Bogotá, 9 de abril de 1948. El magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán ha desatado el caos en la ciudad. Santiago, un hombre que supera los cincuenta años, se ve confinado a permanecer en el apartamento de Laura, su vecina solterona, quien se desempeña como profesora. El hombre, un gris empleado público, descubre gracias a Laura un nuevo impulso vital, por medio del cual será capaz de protagonizar un inesperado viraje en búsqueda de algo que vaya más allá de los límites trazados por un matrimonio rutinario, un trabajo mediocre y una vida estancada en las lodosas tierras del conformismo. Contado de esta manera, la película no parece ser la gran cosa. No nos llamemos a engaño. Pese a su contención, es una de las historias de amor más conmovedoras jamás filmada, quizá a la altura de Una jornada particular, de Ettore Scola o Make way for tomorrow, de Leo McCarey. No, no es un exabrupto. Si un meteoro estuviese a punto de caer a la tierra y solicitarán a cada uno de los países salvar sólo una de sus películas para ser transportadas a otro planeta, Confesión a Laura debería ser la escogida, aún por encima de verdaderas joyas como La estrategia del Caracol, La vendedora de Rosas o Tiempo de Morir (películas que con todos sus defectos y fallas, tienen para mí un inmenso significado), u otras evidentemente sobrevaloradas, como Los viajes del viento o El Colombian Dream.

Pese a esto, Confesión a Laura sigue siendo, desafortunadamente, un filme poco conocido, algo que no es tan extraño si tenemos en cuenta que su historia se basa exclusivamente en una larga conversación sobre la vida cotidiana de seres anónimos, en una desencantada reflexión sobre el paso del tiempo y las oportunidades perdidas. No hay escenas de violencia gratuita o sexo desenfrenado. No existe una banda sonora memorable o innovadora. La fotografía es más bien oscura. El trabajo de cámara no se caracteriza por sus arriesgadas tomas sino que al contrario, descansa en enfoques planos y convencionales. En definitiva, es una película que, al igual que gran parte de las obras capitales del cine, confía más en su fondo que en su forma. Tal austeridad habla mejor que nada de la incipiencia de nuestra industria cinematográfica, pero también del desmedido amor que hacía el cine profesaban unos cuantos quijotes, hombres y mujeres que se entregaron en cuerpo y alma a fungir de cineastas en un país y una sociedad que poco interés le prestaba al bellísimo arte de los hermanos Lumiere.

Pero si bien es cierto que los aspectos técnicos de la película son fallidos, otra cosa sucede con las actuaciones, la dirección y el guión. Vicky Hernández, cuya trayectoria es de sobra conocida por cualquier colombiano, le otorga a Laura una dulzura poco habitual en el cine nacional, repleto más de caricaturas que de verdaderos personajes. Su Laura, sutil, natural y atravesada por una profunda humanidad que es posible descubrir en los actos más simples, constituye un hermoso descubrimiento, un soplo de aire fresco en una cinematografía frecuentemente acostumbrada a hacer de la violencia y la deshumanización su mito fundacional, su absoluto, su deber ser.

Gustavo Londoño, un maravilloso actor que marcó un derrotero en la historia de la televisión nacional, realiza el papel de Santiago, un hombre hostigado por su mujer, Josefina (María Cristina Gálvez), quien vive justamente al frente del apartamento de Laura. Josefina ha enviado a Laura un pastel para celebrar su cumpleaños número 45. Pero Santiago, quien ha sido el encargado de llevar este presente, no puede salir del apartamento de Laura debido a que el caos se ha desatado en la ciudad y los francotiradores del gobierno se han situado en los techos de las casas prestos a disparar a todo lo que se mueva. Londoño presta a Santiago la serena tristeza de su rostro, para crear desde allí, un ser aparentemente anodino, un hombre anquilosado por las voluntades ajenas y los formalismos de una época gris. María Cristina Gálvez desarrolla con solvencia un personaje francamente desagradable, una mujer cuya dominancia justifica los más profundos miedos que cualquier persona pueda llegar a tener sobre el matrimonio. Sigue en spoiler sin revelar detalles del argumento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sociotecólogo
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