Lo del título: lo tiene todo (incluyendo, como de costumbre, al propio Alfred Hitchcock mostrándose en escena). Es un juego casi macabro entre los intérpretes, donde aparece cada personalidad exhibiéndose al extremo y a los límites de la conciencia humana. Hitchcock, fiel a una juventud influenciada con padrones católicos realiza en esta película un reconocimiento a la iglesia a través de la conducta y comportamiento de un sacerdote sometido a límites impensados. Aparece una exuberante Anne Baxter acompañando a un Montgomery Clift no tan convincente en su papel pero que termina logrando bastante solvencia inmerso en un entorno de actuación general muy bueno donde también se luce un excelente Karl Malden. Se le hace muy difícil, sino imposible al espectador imaginar un final; la trama parece complicarse cada vez más a medida que se acerca ese final y eso le da mayor dramatismo y tensión a este espléndido film del gran Hitchcock.