Esperaba The following con mucho interés, ya que su argumento, a priori, prometía bastante. Tras tragarme el décimo capítulo me ha dado por pensar que los guionistas intentaron, en su día, entrar en las filas del FBI y los rechazaron. El rencor les ha llevado a escribir un guión en el que los agentes del FBI son una pandilla de chapuceros que no saben ni dónde se tienen en pie.

Kevin Bacon, con cara de haberse fumado algo ilegal antes de entrar al rodaje, se luce en cada capítulo metiendo cada vez más la pata y, como bien dice el malo en este décimo capítulo, "sigue sin enterarse de nada". He de reconocer que si yo fuera amigo de Ryan Hardy no me llegaría la camisa al cuerpo, ya que tendría todas las papeletas para que me dañaran de algún modo el estómago, que es lo que parece ocurrirle a sus pocos allegados.

James Purefoy, el inolvidable Marco Antonio de "Roma" es tan sabihondo y tan repelente en su "carisma" que termina por ser empalagoso (tendré que volver a ver "Roma" para no terminar detestándolo). Que un asesino en serie desde la cárcel haya conseguido montar una secta a nivel nacional (de momento) sólo con su sonrisa de niño bueno no hay quien se lo trague. Su poderío para lograr que todo el mundo alrededor de Hardy sea de su secta hace que la serie parezca más el retrato de un caso de esquizofrenia con delirios persecutorios del ex-agente que el desarrollo lógico de un thriller.

En fin, como dice otra de las críticas de por aquí, la única manera de seguir viendo esto es tomándoselo con humor, como si fuera una comedia homenaje a Buster Keaton o Harold Lloyd, en la que sólo nos queda esperar a ver cómo se riza el rizo de los despropósitos.