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Drama
Cuatro sacerdotes conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de Mónica, una monja cuidadora. Los curas están ahí para purgar sus pecados y hacer penitencia. La rutina y tranquilidad del lugar se rompe cuando llega un atormentado quinto sacerdote, y los huéspedes reviven el pasado que creían haber dejado atrás. (FILMAFFINITY)
2 de enero de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
EL CLUB aborda de forma tan honesta como inclemente un tema tan escabroso, delicado y de actualidad, como el secularmente silenciado –siempre sabido- atropello cometido por clérigos homosexuales sobre jóvenes puestos a su cargo, bien en una escuela, bien en el mismo recinto religioso, siempre amparados bajo el cetro de la superioridad omnipoderosa. El pecado en el nombre del Señor absuelto bajo penitencia de secreto. La infamia de la vejación subrepticia y abusante sobre el débil, la ignominia de una doble moral con abyectas consecuencias en la víctima, el estupor ante la negada por respuesta por parte de una institución religiosa, que, por lo tanto, ha sido cómplice de este repugnante comportamiento, en tanto que ha roto la partida del juego esgrimiendo el mutismo como as encima de la ancha manga.
La solidez del film, como ha quedado dicho, no la forja el tema en sí, sino el modo tan aviesamente mordaz, complejo, despiadado y, sobre todo, rehusador de cualquier mínimo atisbo de maniqueísmo torticero y preestablecido, con el que el autor de TONY MANERO resuelve esta borde encrucijada de hombres malos puestos en el brete de la verdad. Larraín se sabe pertrechar de un guión magnífico, atento al zarpazo y la puya, emponzoñado de hosco verismo hurgante, enhebrador de una historia que jamás tiene la tentación de caer en el previsible panfleto esquematizante, y que, por encima de todo, tiene el interés severísimo de complejizar al máximo las características de los personajes: todos son escuchados, el guión presta la palabra antes que orquestar cadalso alguno. El cine, con esta valiente muestra de arte cinematográfico comprometidamente pío, recupera su poder esclarecedor: hay imagen para lo que tanto se ha tardado en verbalizar. Lo que Dios perdona, lo puede resucitar la conciencia de un plano.
La solidez del film, como ha quedado dicho, no la forja el tema en sí, sino el modo tan aviesamente mordaz, complejo, despiadado y, sobre todo, rehusador de cualquier mínimo atisbo de maniqueísmo torticero y preestablecido, con el que el autor de TONY MANERO resuelve esta borde encrucijada de hombres malos puestos en el brete de la verdad. Larraín se sabe pertrechar de un guión magnífico, atento al zarpazo y la puya, emponzoñado de hosco verismo hurgante, enhebrador de una historia que jamás tiene la tentación de caer en el previsible panfleto esquematizante, y que, por encima de todo, tiene el interés severísimo de complejizar al máximo las características de los personajes: todos son escuchados, el guión presta la palabra antes que orquestar cadalso alguno. El cine, con esta valiente muestra de arte cinematográfico comprometidamente pío, recupera su poder esclarecedor: hay imagen para lo que tanto se ha tardado en verbalizar. Lo que Dios perdona, lo puede resucitar la conciencia de un plano.