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Voto de Sines Crúpulos:
8
Cine negro. Thriller España, a comienzos de los años 80. Dos policías, ideológicamente opuestos, son enviados desde Madrid a un remoto pueblo del sur, situado en las marismas del Guadalquivir, para investigar la desaparición de dos chicas adolescentes. En una comunidad anclada en el pasado, tendrán que enfrentarse no sólo a un cruel asesino, sino también a sus propios fantasmas. (FILMAFFINITY)
28 de septiembre de 2014
203 de 228 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya se sabe que en España, la calidad de una película y la cantidad de sus diálogos son factores inversamente proporcionales, y una consecuencia inmediata para arreglar este problema, mucho más barata que impartir cursos de dicción a la mayoría de los actores nacionales, se puede obtener de películas como Vacas o Tasio. Hablamos del personaje rural, rudo y de poca palabra. Calladito y con la escopeta al hombro. Así puede fluir el metraje sin los cortes continuos que produce la antinaturalidad de las conversaciones y abstraen y disocian al espectador de la historia que se narra.

En La isla mínima las imágenes encefálicas, conseguidas gracias a una drónica, limpia y fractal fotografía, generan estructura y personalidad, que es mucho generar, no sólo en nuestro cine si no en el de cualquier parte del mundo. Se añaden a este ambiente campos secos, bigotes, pegatinas y coches viejos que dibujan una mezcla de distintas españas, todas oscuras: la reprimida, la de cañas y barro, la de Puerto Hurraco y la de la bola de cristal, no respectivamente.

El caldo de cultivo está listo. Para activar las reacciones poco hace falta. Y Rodríguez lo pone: un personaje más complejo que Rust Cohle (muy grande el chiquitín), otros buenos actores no muy conocidos y algún (inevitable por la historia) actor jovencito con frase, eso sí, bien vigilado y atado en corto. Una banda sonora a la que quizás le falte un poco de garra y por supuesto (y esto sí que está desaprovechado) dos o tres canciones con feeling, de las que empujan la emotividad, el empalme masivo o la humedad colectiva, que está de moda (a veces excesivamente), porque funciona, y funciona bien; el Sé de un Lugar, en la feria o el Hey para la disco con el chiquitín y las dos mujeronas. 1980, por dios, había bastante para elegir. Los ingleses se hinchan a pinchar a Bowie o a los Clash y los americanos a Cohen o Talking Heads. Porque funciona, joder, es la verdad.

Lo que sí que es arriesgado por estos lares es incluir acción. De la americana, la de las explosiones y los coches volando. Es demasiado caro y complejo, se requieren demasiados recursos que por aquí escasean, y al final se invierte todo el dinero y la imaginación (pregunten a Segura o Monzón) en tres escenas que no alcanzarían ni el diploma de consolación en un torneo internacional. Bien, pues la peli que nos ocupa tiene acción. En las escenas de violencia es directa y desagradable y en la de la persecución es inteligente porque está cargada de detalles y rodada con claridad. No se llevaría el primer premio, aunque le daría mil vueltas de campana al ganador.

Hay alguna cosilla desmesurada, como las niñas de un colegio de mala muerte de un pueblo perdido en una tierra salvaje, que cualquiera de ellas sería el pivón del curso completo, del A al D, en mi mega colegio pijo y urbanita de aquella misma época, o las conversaciones telefónicas con su mujer, intrascendentes a más no poder, del segundo prota. Pecata minuta para una producción magnífica que junto a otras dignas de este milenio como La noche de los girasoles, Celda 211, No habrá paz para los malvados o Grupo 7, parece que van creando un policíaco decente que no sé si desembocará en algún subgénero autóctono o no, pero mientras tanto, por el camino, yo me entretengo, tengo.
Sines Crúpulos
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