No sé si será porque meditación, zen, conciencia, etcétera me resultan interesantes de por sí, pero esta película me ha gustado mucho. Maneja conceptos que no resultan precisamente fáciles de abordar, y lo hace de forma sencilla, clara, sin dejarse llevar por la parcialidad. Retrata un camino, el espiritual -que existe-, a través de la historia de un joven buscador de respuestas y su hermano, diametralmente opuesto, profesor de filosofía.

Los temas están bien llevados, se ve que el director sabe de lo que habla (se menciona a Ken Wilber en un diálogo, padre de la visión integral y que recomiendo encarecidamente). El controvertido tema del misticismo se trata desde todos los puntos de vista, desde el escepticismo racionalista hasta la devoción extrema que raya en el ascetismo. Se recalca la importancia de la meditación ante el desconcierto vital, pero también defiende la acción social frente a la reclusión contemplativa.

A pesar de ser una incursión en un terreno siempre difícil, resulta entretenida simplemente para pasar un buen rato, esto es, no requiere conocimientos previos, lo cual la convierte en apta para cualquier espectador. A todo esto hay que añadir que nos encontramos ante una producción profundamente orientalista con acento argentino, y es que simplemente eso, no tiene desperdicio.