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Voto de Cinemagavia:
9
Drama. Romance En el Londres de la posguerra, en 1950, el famoso modisto Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) y su hermana Cyril (Lesley Manville) están a la cabeza de la moda británica, vistiendo a la realeza y a toda mujer elegante de la época. Un día, el soltero Reynolds conoce a Alma (Vicky Krieps), una dulce joven que pronto se convierte en su musa y amante. Y su vida, hasta entonces cuidadosamente controlada y planificada, se ve alterada por la ... [+]
23 de febrero de 2018
6 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paul Thomas Anderson quien nos ha dado: “Boogie Nights” (1997), “Magnolia” (1999), “Embriagado de Amor” (2002) y “Petróleo Sangriento” (2007) nos entrega otro relato de personajes que viven intensos conflictos internos, con secretos que no simplemente se esconden en los pliegues de las creaciones de alta costura, sino en los rincones de sus almas. Anderson es tal vez el único que puede mezclar tantas texturas y líneas en una historia conjuntando el romance, el thriller, la alta costura, las fijaciones más oscuras y un estilo tan refinado como evocador, mientras los personajes desfilan en ambientes tan fríos como glamorosos y esto se condensa en un intoxicante aire que sin pudor transporta a un sitio tan exquisito como letal.

Reynolds Woodcock es la quitaescencia de la excentricidad creativa en el mundo de las grandes firmas de alta costura: es un artista, seductor, temperamental, caprichoso, casi insoportable y con singulares adicciones, entre las que destaca su peculiar manía de esconder mensajes secretos en las entretelas de sus cotizadas creaciones, mensajes ocultos en un monólogo solamente conocido por él, una firma secreta e indeleble que le da un alma particular a cada creación.

Su otra peculiaridad; es un Edipo de ojos brillantes, y secretamente es capaz de lo que sea, absolutamente de lo que sea, por satisfacer el impostergable capricho de no verse abandonado.

El Hilo Invisible al que se refiere el título no es simplemente una hebra invisible, es mucho más, es una hambrienta búsqueda por la satisfacción que al mismo tiempo, severa y represiva, antepone la insatisfacción y las buenas y diplomáticas maneras a la inglesa ante cualquier circunstancia.

El amor o lo que sea, (sin importar su urgencia de ser satisfecho) queda ahogado bajo el peso de la contención y los espejos distorsionantes de las apariencias, de manera que se convierte sutilmente en una obra maestra del crimen.

Lo mejor (y deliciosamente enfermo de todo) es que existen las más oscuras razones para justificar cada uno de los pasos.

Para completar la colección de personajes tan complejos como multidimensionales que buscan amor o lo que esté cercano a eso, Anderson devela la tendencia de su reciente temporada: amores confeccionados para ser portados en la pasarela de la vida por genios con fijaciones edípicas, incapaces de asentarse ni de comprometerse, que desechan a cada temporada (como cambiar el fondo de armario) a lo que les rodea, hasta que acaban atónitos enfrentándose a una tenacidad y vulgaridad propia del ready to wear que inunda y se fija en toda superficie y se impone como moda, incluida la del clausurado y recóndito concepto de amor que Reynolds posee como una obsesiva marca registrada.

Pero en esa pasarela emerge ruborizada y exótica una enigmática y cero sofisticada Alma (Krieps); tan ajena y singular como “la única mesera extranjera en un apartado hotel de un pueblo inglés hasta las cachas”.

Qué podría ser más exclusivo y casi extravagante? Una cosa conduce a la otra y esa fascinante atracción va a irse desbocando desde una incipiente, discreta y contenida lucha bajo la superficie, hasta vuelos que llegan donde solo quienes saben de esos hilos invisibles, conocen.

Alma llega a trastocar el perfecto y gélido ambiente en el reino de Woodcock; sin tener un terreno para sí misma, solo habiendo logrado un lacónico visto–bueno, sumergiéndose en medio de la opresiva relación de los hermanos y flirteando con las posibilidades.

Alma va contundentemente, en medio de su absoluta y frontal franqueza y aparente inocencia, ganando terreno, poseyendo el derecho propio a convertirse en una presencia real, con un sitio propio, por medio de la cual Reynolds pueda tal vez exorcizar sus demonios o vender su alma al diablo.

Además, Alma, es el espíritu que posee a Pigmalión; intercambiando fantasmas, dejándose subyugar por las formas entregándose toda y por completo a las demandas y palpando el placer de la sensualidad de las telas que se ciñen al cuerpo, (aunque estén unidas por alfileres) dentro de la casa Woodcock la dictadura del capricho, la dominación y los fantasmas que no pierden detalle conjuntan una forma de sumisión que forma un translúcido velo bordado con sadomasoquismo.

El Hilo Invisible que hilvana la historia es el sofocante y enfermo misterio que se va uniendo, que va provocando la urgencia de descubrirlo aún sabiendo que al dar la vuelta a la trama puede esperar una enorme sorpresa, pero no podemos parar, caemos en la impecable presencia de Day-Lewis que nunca deja de sorprender: quirúrgicamente perfecto, hecho a la medida, cortando un patrón desde la comedia a la tragedia, de la compulsión a la pasión y de esta a la obsesión letal, con accesorios de comedia o tragedia o una subversiva combinación de ambas; digno de una colección de esas que jamás dejarán de ser un referente.

El hilo fantasma que une al amor es un material tan sutil y dúctil que se transforma y adapta al cuerpo, a la obsesión y a la concepción de quien lo porta. Puede ser glorioso o puede envenenar, puede elevar y someter. Puede correr al mismo tiempo por la senda de la pasión y de la obsesión. Además, puede ser gloria o derrota… conquista o sumisión; pero siempre sin duda será la única fuerza invisible capaz de unir el cielo y el infierno de ese instante en el que se entregan quienes se aman.

Escrito por Fabian Quezada Leon
https://cinemagavia.es/el-hilo-invisible-pelicula-critica/
Cinemagavia
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