Pelín deslabazado este corto de Orson Welles sobre la ciudad de Vienna, a la que vuelve tras un paso huidizo en el tercer hombre. Tal como la recordamos, Viena es una ciudad encantadora. Tal como la soñamos, es grandiosa. Así comienza el bueno de Orson su peculiar homenaje a la ciudad del Prater. Es un homenaje bonito, que juega con los tópicos y con el tercer hombre, obviamente. Pero después del citado homenaje, hay una pequeña trama de espionaje (nadie puede ser llamado espía si ese espía no ha estado en Viena) que entorpece un poquito el conjunto, nueve minutos de duración.

Me pongo a pensar y me viene a la mente Woody Allen, quien propuesto a rodar sus últimas películas en grandes y ancianas ciudades europeas, podría muy bien realizar, en plan Vienna de Orson Welles, sus tributos a ciudades que le encantan, como París, Londres o, parece ser, Oviedo o Barcelona. De hecho el bueno de Woody ya lo ha hecho, cuando presenta el ambiente y la atmósfera de esas películas últimas, casi siempre en voz en off, pero también mostrando la Sagrada Familia o la ribera del Sena, a medianoche. Me salgo de Orson, pero es para dar a entender qué es lo que puede verse en la Viena de Welles. Al fin y al cabo, ambos cineastas muestran el agradecimiento a las ciudades que aman (New York en Woody huelga el decirlo) en forma de piezas como ésta de Welles o las introducciones de las películas de Allen, verbi gratia el comienzo de Midnight in Paris.

La Viena de Welles es un ejemplo de paseos cinematográficos que el director de Ciudadano Kane hizo por Europa. Quiero ver más.