La vida puede ser maravillosa; es el concepto que forja el ADN de “Regular Show”. La mágia que puede transformar un momento cualquiera en un momento especial, esa es la materia prima con la que está fabricada esta fantástica serie de animación. Qué tienen en común con nosotros un mapache y un pájaro de 23 años. Unos seres que trabajan precariamente limpiando un parque, en el que además viven; ambos sin demasiada ambición por labrarse un porvenir y con unas ganas increíbles de disfrutar la vida.

Encontrarte un capítulo en la T.V probablemente se trate de uno de los mejores momentos de cualquier día común del año. Esos días de los que no hablas con nadie y que pudieron no transcender absolutamente en tu vida. Esos son los días que realmente refresca un capítulo de “Regular Show”.

La honestidad de esta serie está fuera de toda duda. Mordecai y Rigby, los protagonistas, acaban perpetuamente sufriendo desdichas por los pecados más comunes del fuero humano. Envidias, mentiras, miedos, complejos, deseos, fantasías, son la gasolina que mueve las aventuras de “Regular Show”. Y en la búsqueda de la mejor solución para todos, todos los personajes de la serie demuestran una constante bondad, inherente al ser humano, y sin embargo alejada de impuestas estupideces alienantes tan desgastantes en la animación para el público joven.

Es tremendamente refrescante encontrar un producto de estas características que retoma con buen criterio conceptos tan interesantes como la psicodelia y lo onírico. Comer pizza, visitar un zoo abandonado, gastarle una broma a alguien, estropear una barbacoa, jugar videojuegos, el escenario de unas aventuras grunge para todos los públicos. Posmoderna y sincera. Divertida e inteligente. Ha sido gratificante poder encontrar un refugio de estas características.