El propio ALMODÓVAR ha tejido una efectiva red promocional alrededor de ésta última obra que incluye su aparición en multitud de programas televisivos para dejar caer la posibilidad de que estemos ante una película de tintes autobiográficos, cosa que aún hoy en día no lo tenemos muy claro. Es obvio que el personaje de Salvador, interpretado por un correcto, aunque inexpresivo ANTONIO BANDERAS, está basado en la figura del autor manchego y en muchos datos que conocemos, desde sus inicios en el Madrid de la movida, junto a MCNAMARA, hasta su fulgurante ascensión a los cielos del celuloide, ahora bien, otra cosa es que la historia que nos cuenta, también sea real.

DOLOR Y GLORIA, nos devuelve a un Almodóvar dramático y arriesgado, cosa que siempre se agradece y ya desde los caleidoscópicos títulos de crédito y la siempre inquietante partitura musical de ALBERTO IGLESIAS, sabemos que el director más reconocible del cine español, está de vuelta. Y se agradece, vaya si se agradece, su querencia por el riesgo, por mostrar las miserias y las glorias, sin brumas ni pixeles, así, a pelo, al pan pan y al vino vino!

A pesar de que Almodóvar en la actualidad goza de una reputación intachable y ya poca gente le recuerde cantando “Gran ganga soy de Teherán” “Voy a ser mamá” o “Satanasa”, sigue siendo un enfant terrible, un glorioso dios, curtido en el dolor de mil miserias que sigue retratando magistralmente el horror y la gloria del éxito como nadie, seguro que porque nadie lo ha visto y experimentado tan de cerca como él.

No es una obra maestra, pero si es una digna película con el inconfundible sello de su autor; descarnada y bella, colorista, abigarrada y algo rocambolesca, pero necesaria y entrañable porque PEDRO ALMODÓVAR parece que nos está pidiendo amor a chorros y nosotros estamos deseando dárselo, porque nadie se lo merece más que él.