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España España · Cines Astoria Alicante
Voto de Bloomsday:
7
Aventuras. Drama Crónica de los diversos avatares que precedieron al rodaje de "La reina de África", de John Huston. El director viajó a África con el pretexto de localizar los exteriores, pero, una vez allí, para desesperación del productor y el resto del equipo, resultó que su único y verdadero objetivo era cazar un elefante. (FILMAFFINITY)
11 de marzo de 2008
84 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
Piel gruesa, coriácea, enorme y árida probóscide y marfil de dos metros. Seis toneladas de bicho, seis toneladas de músculo adherido a un barril de costillas y entrañas; un abdomen como cuatro sacos de dormir cosidos con piel; un corazón con ojos de buey en lugar de válvulas, de cadencia de latido pausada, señorial; enormes fuelles intercostales capaces de resoplar un tornado.

Con una licencia se podía conseguir que ese enorme mamífero, ese pedazo de vida pura y salvaje que llena con litros de espuma sanguinolenta el vacío, cayera de costado, se desplomara, mientras la tierra se retuerce en un quejido de infrasonidos.

Huston siempre rodó así, matando elefantes. No es accidental que él adaptara Moby Dick al cine, pero sí es una fascinante casualidad. Se fue al Congo para buscar la casualidad que le permitiera apurar la vida que le había sido concedida. Y, una vez allí, la eventualidad de su afición al whisky probablemente le salvó de caer enfermo de disentería durante el rodaje.

También fue casualidad, que no causalidad, que La reina de África le saliera, después de todo, tan entretenida y encantadora. Pero es que el cine clásico era así muchas veces, y en el caso particular de Huston también. En realidad el cine, con tantos brazos y piernas, tantos egos entrelazados y tanto dinero de por medio, es algo tan complejo de equilibrar y sazonar que no es extraño que las buenas películas salgan un poco por talento y un poco porque sí.

Claro, que si vas a rodar a África para montarte un safari y correrte una cogorza constante con Humphrey Bogart entonces no precisas un azar cualquiera, no, sino una de esas mastodónticas casualidades que también le salvaron el culo a Michael Curtiz.

Y así jugaba al cine Huston, con la ruleta rusa de Raoul Walsh y Howard Hawks, para devorar la vida y dar rienda suelta a la necesidad salvaje de moldear la figura del perdedor que tanto le obsesionaba. Como Errol Flynn, Hemingway y tantos otros, John Huston apuró sus días entre elefantes, boxeo, alcohol, ironía, literatura y cine. Plenamente consciente de que, ya que la muerte es lo único predecible, esto de vivir consiste en cazar casualidades.

Y, si se ponen a tiro, elefantes.
Bloomsday
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