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Voto de Bloomsday:
8
7,7
3.433
Comedia. Romance
Lily, una carterista que se hace pasar por condesa, conoce en Venecia al famoso ladrón Gaston Monescu, quien a su vez se hace pasar por barón, y se enamoran. Gaston roba al aristócrata François Fileba y huye con Lily antes de que le descubran. Casi un año después, en París, Gaston roba un bolso con diamantes incrustados a la viuda Mariette Colet, pero se lo devuelve y la cautiva de tal forma que lo contrata como secretario. (FILMAFFINITY) [+]
2 de mayo de 2006
107 de 113 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lubitsch es un director plenamente respetado que, sin embargo, no parece estar en cuanto a reconocimiento popular entre los más grandes del séptimo arte.
Quizás sus comedias, tan sofisticadas y refinadas como ésta que nos ocupa, dan normalmente una apariencia de frialdad o cínica frivolidad que, siendo indiscutiblemente entretenidas, no acaba de conectar totalmente con lo “emotivo” sino más bien con la “inteligencia” del espectador. Y luego que es un director de interiores, sin grandilocuentes fotografías... (parece una chorrada pero influye, a D. Lean se le mete constantemente en listas de los mejores directores prácticamente por Lawrence..., y sí, estoy de acuerdo, pero no olvidemos el juego de puertas de Lubitsch).
Esta película es un buenísimo ejemplo (sin ser la mejor de su filmografía desde luego) de su elegancia, sutileza, agilidad y precisión.
La historia acaba siendo un romance con más intensidad de lo que de su tono casi displicente puede desprenderse, una muestra de la melancólica visión de Lubitsch sobre el amor efímero, sobre la magia de un romance y sobre los dos protagonistas que prefieren dejarlo antes de que ese apasionamiento cegador (ambos están cegados claramente, si continuaran juntos las cosas inevitablemente no terminarían bien) acabe con la fugacidad amorosa. La película va, por tanto, más allá de la comedia y de una planificación visual extraordinaria; tan magnífica que puede hacernos olvidar que también hay algo de “corazoncito” en ella.
Como digo, esta bonita historia de amor está camuflada bajo un ejercicio de ingenio y estilo tan abrumador que puede acabar provocando cierta sensación de asepsia, cierta separación con el espectador. Y es que nuestro ojo no está entrenado para que el cine nos tome en serio. Para que (Miguel Marías) se nos otorgue un papel activo en lo que se nos cuenta y se dirijan directamente a nuestra inteligencia (los directores que buscan la emoción por encima de todo parecen tener más aceptación, ya no hablo de los que se dirigen al imbécil que todos llevamos dentro y que Hollywood pelea por sacar en cada estreno).
En esta película la imagen hace avanzar la trama. No es un virtuosismo técnico, es un virtuosismo narrativo. Desde ese punto de vista Lubitsch me parece uno de los directores más precisos que han existido. Sus soluciones visuales son de un ingenio constante, una obra de auténtica ingeniería visual.
Gran uso del montaje, de la composición de planos y, sello de fábrica, de la elipsis y de todo aquello que queda en off (detrás de una puerta, el fuera de campo...), la sucesión de planos-viñeta, la importancia de los objetos para hacer avanzar la historia sin la palabra, las transiciones (que no son meros recursos para acelerar una parte poco interesante y que sirva de nexo, sino que se le da la vuelta para que tengan también un punto de comedia) etc. ¡Es que hasta la forma de presentar a los personajes es mucho más moderna que cualquier cosa que se haga hoy!
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Quizás sus comedias, tan sofisticadas y refinadas como ésta que nos ocupa, dan normalmente una apariencia de frialdad o cínica frivolidad que, siendo indiscutiblemente entretenidas, no acaba de conectar totalmente con lo “emotivo” sino más bien con la “inteligencia” del espectador. Y luego que es un director de interiores, sin grandilocuentes fotografías... (parece una chorrada pero influye, a D. Lean se le mete constantemente en listas de los mejores directores prácticamente por Lawrence..., y sí, estoy de acuerdo, pero no olvidemos el juego de puertas de Lubitsch).
Esta película es un buenísimo ejemplo (sin ser la mejor de su filmografía desde luego) de su elegancia, sutileza, agilidad y precisión.
La historia acaba siendo un romance con más intensidad de lo que de su tono casi displicente puede desprenderse, una muestra de la melancólica visión de Lubitsch sobre el amor efímero, sobre la magia de un romance y sobre los dos protagonistas que prefieren dejarlo antes de que ese apasionamiento cegador (ambos están cegados claramente, si continuaran juntos las cosas inevitablemente no terminarían bien) acabe con la fugacidad amorosa. La película va, por tanto, más allá de la comedia y de una planificación visual extraordinaria; tan magnífica que puede hacernos olvidar que también hay algo de “corazoncito” en ella.
Como digo, esta bonita historia de amor está camuflada bajo un ejercicio de ingenio y estilo tan abrumador que puede acabar provocando cierta sensación de asepsia, cierta separación con el espectador. Y es que nuestro ojo no está entrenado para que el cine nos tome en serio. Para que (Miguel Marías) se nos otorgue un papel activo en lo que se nos cuenta y se dirijan directamente a nuestra inteligencia (los directores que buscan la emoción por encima de todo parecen tener más aceptación, ya no hablo de los que se dirigen al imbécil que todos llevamos dentro y que Hollywood pelea por sacar en cada estreno).
En esta película la imagen hace avanzar la trama. No es un virtuosismo técnico, es un virtuosismo narrativo. Desde ese punto de vista Lubitsch me parece uno de los directores más precisos que han existido. Sus soluciones visuales son de un ingenio constante, una obra de auténtica ingeniería visual.
Gran uso del montaje, de la composición de planos y, sello de fábrica, de la elipsis y de todo aquello que queda en off (detrás de una puerta, el fuera de campo...), la sucesión de planos-viñeta, la importancia de los objetos para hacer avanzar la historia sin la palabra, las transiciones (que no son meros recursos para acelerar una parte poco interesante y que sirva de nexo, sino que se le da la vuelta para que tengan también un punto de comedia) etc. ¡Es que hasta la forma de presentar a los personajes es mucho más moderna que cualquier cosa que se haga hoy!
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
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Todo es un mecanismo narrativo y de comedia fantástico (y comedia no es sólo partirse de risa igual que un drama no deja de serlo si no lloras). Puede parecer fácil, pero no hay muchos más que lo hagan con tal exactitud (hoy día ni siquiera existe) y, además, en Lubitsch es constante, no se trata de meter detalles y hallazgos aislados, se trata de construir narrativamente la película empleando al mismo nivel la palabra y la imagen.
Pero además de un excelente y elegante uso de la puesta en escena y de unos recursos visuales trabajadísimos, el guión tiene unos diálogos brillantes con constantes frases lapidarias. A Lubitsch le gustaba especialmente la guerra de sexos desde el punto de vista de aguda confrontación de ingenios, desde un erotismo contenido...
La película, en definitiva, mezcla el vodevil, el enredo, la comedia de infidelidades y equívocos... y Lubitsch nos lo sirve con su ironía habitual no exenta de melancolía y cierto pudor, elegancia también podría llamarse, que no sé si encaja demasiado bien con lo que actualmente predomina. Él prefiere sugerir sin caer en lo chabacano ni en la sal gruesa.
Y luego, además, está la habilidad del director para buscar siempre un matiz, un detalle que fuera un poco más allá. Cuando crees que el gag o la secuencia termina él mete un nuevo giro y entonces cierra.
Lo que pretendo decir es que Lubistch, más allá de que sus pelis gusten o no, que enganchen o no, buscaba contar una historia de una forma no apta para lo que Cortázar en literatura llamaría “lector hembra”. Lubistch, de esta forma, es tan moderno hoy día como pudiera serlo Godard en los 60 (vale, pon el que quieras si no te gusta Godard). Hoy lo obvio gana la batalla, lo evidente. No existe el papel activo del espectador, que sólo es sujeto pasivo de perrerías varias (o de buenas intenciones, que también las hay, pero sujeto pasivo en definitiva). Las cintas de Lubitsch nos tratan de igual a igual como si nos dijeran: “Cuento contigo para que esto avance. Cuento contigo para que aprecies que lo que podía contar con un diálogo y plano-contraplano no lo muestro; te enseño mejor las consecuencias y lo que se intuye, no lo que se ve o se oye”.
Todo es un mecanismo narrativo y de comedia fantástico (y comedia no es sólo partirse de risa igual que un drama no deja de serlo si no lloras). Puede parecer fácil, pero no hay muchos más que lo hagan con tal exactitud (hoy día ni siquiera existe) y, además, en Lubitsch es constante, no se trata de meter detalles y hallazgos aislados, se trata de construir narrativamente la película empleando al mismo nivel la palabra y la imagen.
Pero además de un excelente y elegante uso de la puesta en escena y de unos recursos visuales trabajadísimos, el guión tiene unos diálogos brillantes con constantes frases lapidarias. A Lubitsch le gustaba especialmente la guerra de sexos desde el punto de vista de aguda confrontación de ingenios, desde un erotismo contenido...
La película, en definitiva, mezcla el vodevil, el enredo, la comedia de infidelidades y equívocos... y Lubitsch nos lo sirve con su ironía habitual no exenta de melancolía y cierto pudor, elegancia también podría llamarse, que no sé si encaja demasiado bien con lo que actualmente predomina. Él prefiere sugerir sin caer en lo chabacano ni en la sal gruesa.
Y luego, además, está la habilidad del director para buscar siempre un matiz, un detalle que fuera un poco más allá. Cuando crees que el gag o la secuencia termina él mete un nuevo giro y entonces cierra.
Lo que pretendo decir es que Lubistch, más allá de que sus pelis gusten o no, que enganchen o no, buscaba contar una historia de una forma no apta para lo que Cortázar en literatura llamaría “lector hembra”. Lubistch, de esta forma, es tan moderno hoy día como pudiera serlo Godard en los 60 (vale, pon el que quieras si no te gusta Godard). Hoy lo obvio gana la batalla, lo evidente. No existe el papel activo del espectador, que sólo es sujeto pasivo de perrerías varias (o de buenas intenciones, que también las hay, pero sujeto pasivo en definitiva). Las cintas de Lubitsch nos tratan de igual a igual como si nos dijeran: “Cuento contigo para que esto avance. Cuento contigo para que aprecies que lo que podía contar con un diálogo y plano-contraplano no lo muestro; te enseño mejor las consecuencias y lo que se intuye, no lo que se ve o se oye”.