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España España · Premià de Mar
Voto de Martí:
7
Drama Una noche, un grupo de trabajadores se da cuenta de que la administración está robando maquinaria y materiales de su propia fábrica. Cuando se preparan para organizar el equipo y la producción, se les obliga a no hacer nada, como represalia, mientras las negociaciones para su despido están en marcha. La presión desencadena una revuelta entre los trabajadores, lo que afectará a todo lo que les rodea. (FILMAFFINITY)
11 de mayo de 2018
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuesta decir qué es exactamente lo que impide a La fábrica de nada ser una película redonda. Porque, en realidad, el trabajo de Pedro Pinho aborda muchos temas interesantes. En primer lugar, está la (obvia) crítica del sistema capitalista: los empleados siendo tratados como mano de obra manipulable, los empleadores camuflando la sumisión y la obediencia de civismo y diplomacia, los patrones vendiendo situaciones desastrosas como bifurcaciones inevitables repletas de oportunidades... En segundo, tenemos la exploración de posibles respuestas al sistema denunciado: el análisis de las opciones existentes (al parecer, solo una: ocupar la fábrica y hacerse con las riendas del negocio), sospesar qué tipo de consecuencias puede tener el echo de responder (como la necesidad de aprender a gestionar un negocio, la dicotomía ideológica de reproducir los patrones aprendidos o construir un taller auto-gestionado...).

Y todavía hay más: llegado el momento en que los trabajadores logran ocupar la fábrica donde trabajan (decididos a rechazar las condiciones de despido impuestas por los superiores), Pinho introduce un nuevo personaje. Se trata de un cineasta que, enterado de la situación, quiere convertir en documental la lucha de los empleados. De hecho, está decidido a conducir los acontecimientos de tal manera que desemboquen en el final que le interesa. Tal introducción nos da un nuevo punto de vista que, inevitablemente, desemboca en nuevas reflexiones. Porqué la visión de esta tercera persona será formulada exclusivamente en clave ideológica: su puesta en acción supone el abandono del punto de vista afectado (el de quien lucha por un salario) para analizar la situación desde un marco teórico. Un punto de partida que llega a su clímax en una interesante secuencia en qué el documentalista reflexiona con sus colegas intelectuales sobre la contradicción del sistema capitalista: el hecho de que relacione (según ellos) “valor” con “lucrativo”.

De esto último se desprende, consecuentemente, un nuevo discurso de carácter meta-lingüístico. Me explico. Dicho documentalista teoriza, desde su cómoda posición de espectador, sobre la situación que viven los trabajadores. Y, decidido a plasmar su discurso, pretende intervenir en las acciones de los personajes con la finalidad de obtener dos cosas: el producto cinematográfico deseado y la confirmación de su propia teoría. Ahí entra la clásica contradicción entre ideología y puesta en práctica, tan bien expresada en la manida frase “los pensadores siempre tuvieron la panza llena”. Hablando en planta, no será el documentalista quien pierda el sueldo. Pero, del mismo modo, nadie como él puede analizar la situación desde una perspectiva distante y (relativamente) desapasionada. Porque es precisamente su falta de implicación la que le da la visión (supuestamente) adecuada para analizarla de forma (relativamente) objetiva.

Pero en cualquier caso, nada puede salvarlo del abismo que tiene enfrente: la imposibilidad de transmitir su (presuntamente) acertado discurso sin adoptar un rol paternalista. Algo que le sucede, del mismo modo, al director Pedro Pinho: también él se sirve de una serie de personajes convenientemente manipulados para exponer una reflexión. De ahí que el documentalista actúe como una suerte de alegoría metalingüística sobre la posición que ocupa Pinho. Tal vez sea la conciencia de esta contradicción la que le conduzca a explorar a fondo tantos puntos de vista, me atrevería a decir que con cierta ansiedad, como si intentara cubrir todos los frentes des de los que prevé ser atacado. Tal vez también se deba a ello la excesiva duración del largometraje, 177 minutos a lo largo de los cuales el director aborda infinidad de estilos (número musical incluido) logrando a veces secuencias notables y cayendo en otras en cierta redundancia.
Martí
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