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España España · Madrid
Voto de Zoby:
10
Drama Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo. (FILMAFFINITY) [+]
1 de agosto de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
He conocido el tiempo. Quise quedarme en el destello, en el silencio que nunca es silencio, en la lágrima que no cae porque ya nadie recuerda el agua,
¿SE ha secado el agua? ¿o alguien HA secado el agua?

Os prometo que he conocido el tiempo, y no era como lo esperaba. ¿Quién ha dicho que pesa? Ya no hay peso, el tiempo no está hecho de peso, le he conocido, y no pesa nada, es nada, ¿qué tenemos que decir a eso? Hemos caído arrodillados en la tierra, y no lo hemos comprendido, ya no recordamos si alguna vez lo comprendimos.
Le he escuchado decir que el cambio ha ocurrido, y ahora estoy buscando, pero no sé manejar el tiempo. Antes creía que pesaba en las manos.

¿Qué pasa con Dios después? ¿Cómo sostener sus huesos? ¿Cómo celebrar entonces el cadáver?
Dios ha comprendido al fin su naturaleza, ha abandonado el truco, y ahora arroja su honestidad sobre nuestra espalda. Así que, ¿qué decir? ¿Dónde quedaron los buenos y los excelsos? Sé que también comen porque hay que comer, y arrastran los pies hasta la ventana. Ahora ya sé lo que se puede ver tras el polvo y el cristal. Pero, ¿qué sucede tras el conocimiento? ¿Cómo aprender a mover las manos en la oscuridad?
¿Qué ocurre cuando se apaga la luz, y al fin lo comprendemos?

Os prometo que he conocido el tiempo. He escuchado por primera vez la melodía del viento. Quizás nunca nos detuvimos en ella por su persistente monotonía, por su abrumadora constancia, por su profundo arraigo en lo cotidiano. En realidad es tan sencillo. Ahora lo he escuchado, a cada segundo, ya sé cómo suena, y es tan parecido al tiempo. Es nuestro tiempo, es nuestro sin tener ya nada.
¿De qué sirven estas palabras? ¿Dónde quedó la pura inocencia? ¿Somos entonces todos culpables? ¿Para qué todas estas monedas desgastadas?

Béla Tarr no plantea preguntas ni respuestas.
Él no ha subvertido la historia, no ha transformado el relato. Tan sólo lo ha comprendido.

Y ahora, ¿qué hacer en el octavo día?


“Porque no hay otro secreto que la luz. Y la luz no es nuestra. Por lo que un hombre acaba de mendigo de borracho o de monstruo, es por la luz. Y la luz no es nuestra.” (Leopoldo María Panero)
Zoby
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