La enésima reinvención del famoso monstruo Godzilla, bajo la distribución de Netflix, venía a ofrecer una visión distinta de las que se habían visto hasta ahora. El resultado final, una vez completada la tercera parte y habida cuenta de que hablamos realmente de una única película de casi 5 horas, te deja indiferente. Es una visión de Godzilla que no no produce ni frío ni calor. No encanta, pero tampoco ahuyenta. Engancha, pero no fascina.

Dejando de lado su irrisoria y anti-estética animación CGI (tan de moda últimamente, para perjuicio del anime), esta versión peca precisamente de poseer una duración con sentido. No por ella en sí misma, sino por la relación que ésta guarda con su conclusión. Las otras dos partes te dejan en vilo, pensando que lo mejor está por llegar, tratando de imaginar cómo van a derrotar a tal monstruosidad.

Resulta encomiable el intento de ser un filme filosófico heredero del anime/manga existencial (se puede observar ligeramente el parecido a Evangelion o Gantz, si bien es cierto que está a años luz). El problema reside en que el objeto inicial de esta versión de Godzilla no era ése, ni siquiera en su segunda parte. En todo caso, ese apartado filosófico tan solo había dejado ver un poco la patita en las otras dos partes.

Por ello, aunque el existencialismo hace que el visionado enganche, choca que al final toda su trama haya sido para nada y caiga como un castillito de naipes. Se podían haber ahorrado tanto embrollo y haber ido al grano con la parte filosófica, pues es lo más interesante y destacable de las tres partes de esta versión de Godzilla. Aún así, y pese a todo, no se trata de una versión aburrida ni insoportable, simplemente insípida e insulsa.

Y entonces, al concluir, inevitablemente te cuestionas, ¿tanta duración para ese final?