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España España · Málaga
Voto de Nuño:
9
Drama Baltasar es un burro que vive sus primeros años rodeado de la alegría y los juegos de los niños hasta llegar a la edad adulta, en que es utilizado como una bestia de carga y maltratado por sus diferentes amos. (FILMAFFINITY)
18 de noviembre de 2013
101 de 106 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Cine de Bresson es la eterna historia de la gracia del hombre tras las rejas.

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Jansenio, inspirado por el pesimismo de san Agustín y tras el probabilista debate teológico del siglo XVI entre jesuitas y dominicos acerca del libre arbitrio, afirmó que a todo ser humano Dios presta el auxilio de la gracia. No obstante, distingue entre dos tipos de gracia: suficiente y eficaz. "Adán era libre de acto y poseía la gracia suficiente para evitar el pecado. En el Paraíso, no actuó según la gracia eficaz, pues su gusto por la manzana (delectatio terrestris) le hizo pecar. Para Jansenio, la gracia eficaz es la única gracia absoluta, está predestinada, y no todos la poseen".

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Robert Bresson, riguroso jansenista, pareció idear a todos los personajes de sus películas siguiendo la máxima "Dios ha predestinado a unos a la salvación y a otros los ha condenado".

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Baltasar, al comienzo de la película, es bautizado: el burro también tiene auxilio de Dios. Más aun, es modelo de no-fuente de pecado; es decir, de 'gracia eficaz'. ¿Acaso puede el burro pecar, como Michel, como el cura rural, como Thérèse... como Adán y Eva? No hay en él asomo de vanidad, de egoísmo, de necedad: está predestinado a la pureza espiritual total.

Baltasar es el ejemplo perfecto de gracia eficaz. En varias escenas, de hecho, parece personificar la propia gracia de los personajes humanos de la película que, con sus fatuos actos, se empeñan en ignorar o abandonar.

. Marie, ama de Baltasar, se encuentra dentro de un coche, a punto de mantener relaciones con un muchacho. En el último momento, parece arrepentirse y escapa. El muchacho sale del coche y corre tras ella. Ella se refugia tras el burro y él intenta alcanzarla. Ambos rodean al burro; uno persiguiendo, la otra esquivando. Ella parece pensárselo mejor, se separa del burro y decide abandonarse al pecado. El burro, la gracia, tras esto, ya no aparece en el plano.

. El segundo dueño de Baltasar, un desastroso alcohólico, despierta en plena noche y, entre sudores fríos, promete, con la Luna de testigo, que nunca más volverá a beber. Aparece un plano de la cara de Baltasar. Al día siguiente, le vemos en el bar, ignorando su afirmación. Lo siguiente que hace, una vez ebrio, es lanzarle al burro una silla o una botella de vidrio vacía... El burro, la gracia, finalmente, le abandona, cabizbajo.

A remarcar la escena en la que Baltasar es llevado al circo y observa al resto de animales. Un tigre, un oso, un mono, un elefante. Todos enjaulados. ¿No es una forma que tiene Bresson de mostrarnos cuál es el lugar de la gracia en el mundo de los hombres? ¿Acaso no simbolizan cada uno de ellos la virtud de la que uno, dos, tres y cuatro hombres reniegan? ¿Así es el mundo, como para que a los puros les custodien barrotes de hierro?

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El trasunto teológico no empaña la intensidad del via crucis puramente físico.

Bresson muestra, sin dramatizar, la severidad de trato, ante la que guarda el sacrificado silencio del animal. Entre rebuzno y rebuzno, nos avisa, con su muda elocuencia. Constantemente asomado al sinsentido de los hombres, al martirio, a la levedad, a la insignificancia, a la debilidad. Baltasar, como ellos, tuvo sed, tuvo hambre, sufrió el dolor; pero no lo creó. Más aún: no lo buscó. Marie buscaba constantemente el desamor. El alcóholico buscó constantemente la botella.

Baltasar no pudo comunicarse con ningún humano, al menos en el sentido evidente, pero fue un modelo. Un espejo stendhaliano en el que el humano pudo, y no quiso, mirarse. Baltasar emergió puro, paseó entre nosotros, vilipendiado, chamuscada su cola, herido en el costado; y desapareció puro, entre los corderos que se lo llevaron, dejando su cuerpo como cenotafio, un animal que vivió entre bestias que no eran hermanas.

La misma inocencia de la que surgió, fue la encargada de recogerlo y llevárselo. Sólo una derrumbada mujer logró entender, y decir que Baltasar 'era un santo'.

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"¿Qué sería de nuestras tragedias si un insecto nos presentara las suyas?"

Emil Michel Ciorán

Bresson decía: "el cine es movimiento interior". Aquí, lleva al paroxismo su estereotipo de personaje 'bressoniano'; un burro no dramatiza, no se rebela, no grita, no exterioriza ni polariza su emoción. Y las desavenencias por las que circula su existencia son similares a las nuestras.

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La vida de Baltasar; entre latigazos, trabajo de carga y necedades, tras esos acuosos ojos, con una muerte anónima, no se diferenció demasiado de la nuestra.

Gracias.
Nuño
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