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Voto de Cinematic:
9
Decasia
2002 Estados Unidos
Documental
6,9
331
Documental Bill Morrison, utiliza fotogramas de archivo manipulados, y en ocasiones quemados y semidestruidos, para crear evocadoras imágenes que se entretejen con la banda sonora de Michael Gordon. Considerada por algunos críticos americanos como la mejor película de 2002, se trata de una surrealista obra similar en formato y estilo a Begotten, si bien en Decasia se analiza la alienación y la desmitificitación del cine actual. (FILMAFFINITY)
9 de diciembre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Decasia, de Bill Morrison, se combinan imágenes alteradas químicamente con sonidos que suponen una experiencia, confirmándonos un hecho: el increíble alcance del cine experimental. Al principio de la película vemos una cadena de proyectores, de hilos con negativos de película, sumergidos en el líquido que lo hará todo visible. De repente, una mano entra en escena y coge uno de los negativos. Es esta la mano de Dios, que puede modificar a su antojo cuantas imágenes quiera.

¿Y si nuestra vida estuviera regida por una mano que altera nuestra percepción, una mano con afán de mediocridad que nos ha mostrado hasta ahora la realidad de forma convencional? ¿Y si la verdadera realidad fuera el mundo distorsionado y turbador de Decasia? Esa mano que altera los negativos determina el fluir mágico de imágenes en Decasia. Y si esa mano puede dominar el cine, también puede hacer lo propio con la vida; pues ambas no son más que ilusión.

En una escuela católica, unas monjas esperan a que las niñas entren a clase. Pero la deformación de la imagen, la opresiva banda sonora, y la composición (las monjas están en las esquinas, como ángeles -o diablos- custodios) alteran por completo el significado, transformando lo cotidiano en tenebroso. Los niños, puros e inocentes, entran en las puertas del infierno. Lo que deberían ser los primeros y enriquecedores pasos de la educación, se transforman en una pesadilla de obligaciones que poco a poco les va devorando hasta arrancar de su ser lo particular, todo lo que les hace diferentes al resto. Los niños entran con pesar a clase, como militares que van a la guerra, con la única diferencia de que los militares se enfrentan a la muerte física y ellos a la interior.

Un boxeador pelea contra formas desiguales carentes de todo orden... La irracionalidad. La mente lógica y calculadora dándose siempre de bruces con el fenómeno inexplicable. La incapacidad de comprender, en algunos casos, no evoluciona en un deseo de comprensión, sino en furia idiótica del que ni sabe, ni mucho menos quiere comprender. Del que sólo quiere destruir aquello que escapa a su control. Un boxeador idiota. Un paria sin criterio. ¿Por qué hay tantos?

Un grupo de mineros sacan el cadáver de un hombre, un acosador que en la escena anterior molestaba a una mujer. Así es como se juzgaba antes, con sentencia a muerte sin remisión, con la fuerza cinética de la masa como implacable juez. El arma de destrucción masiva cuyo motor es uno puramente humano: el instinto de castigar el pecado y el riesgo a equivocarse de pecador. Al final les vemos caminando por unas montañas humeantes, un humo que probablemente provenga del cuerpo calcinado del supuesto pecador, víctima de su tiempo.

En un horizonte perfectamente lineal, vemos al sol cayendo cada vez más. No creemos que vaya a desaparecer, pensamos que estará ahí pase lo que pase, pero es sólo una ilusión. Tenemos los días contados, y los perdemos contemplando su transcurso en yerma pasividad, hasta que se apaga. Y con él nosotros. La acción nos dará la luz, hará que la energía del sol penetre en nosotros, de modo que cuando llegue nuestro día, las leyes físicas estarán con las manos atadas, sin poder aplicarnos su destino fatal. Nos hemos comunicado con el sol y ahora somos parte de él.

Durante el metraje, esporádicamente, vemos a un hombre árabe dando vueltas, en uno de los pocos planos de la película sin apenas alteraciones químicas. Pero al final de la película cambia. Vemos a ese hombre dando vueltas, mareándose, alterando su percepción, y ahora el plano también está alterado. En esta escena provista de una enorme carga simbólica, Bill Morrison parece decirnos: si dejamos que nuestra percepción gire y cambie, nuestro mundo cambiará también.
Cinematic
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