El lisérgico argumento nos narra las aventuras de un chiquillo cuya cara es de chica guapa, al que su padre obliga a estudiar en un colegio femenino, porque al muchacho ya lo han expulsado de varios centros por pelearse con sus compañeros, que se le cachondeaban. El padre es una especie de motero muy raro, que se pone palote cuando ve a su hijo en pelotas. Sin comentarios.

El caso es que el crio se viste de colegiala y se presenta ante sus nuevas compañeras, entre las que hay unos grupos a cual más imbécil y subnormal: están las minifalderas, las sinsostenes, y otras más que gracias a Dios ya no recuerdo. Una de ellas se hace su amiga, pero en realidad es que es lesbiana y le tira los tejos. El muchacho no duda en dar de ostias a casi todas las chiquillas que se le pongan por delante, y el –digamos- argumento cada vez va siendo menos edificante y más vergonzoso.

Mucha tetita minúscula al aire de jovencitas niponas, escenas de gore casposísimo sin venir a cuento, y muchas secuencias de pederastía, incesto y homosexualidad, que vaya usted a saber si se pretendía fuesen graciosas, cubren casi todo el escaso metraje de este aborto fílmico, que aún y eso se hace larguísimo e insoportable.

Querer ver esta cosa es como no dejar de hablar de quien ya te dejó a las claras que pasa de ti: una pérdida absoluta de tiempo, una ridícula manera de autorebajarse la dignidad, y casi que una atrofia o la carencia total del buen gusto .