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España España · Granada
Voto de Yanpol64:
9
Thriller Madrid, agosto de 2007. Curro entra en prisión tras participar en el atraco a una joyería. Era el conductor, y el único detenido por el robo. Ocho años después sale de la cárcel con ganas de emprender una nueva vida junto a su novia Ana y su hijo, pero se encontrará con una situación inesperada y a un desconocido, José.
28 de septiembre de 2016
122 de 158 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la sala de cine ya sentí, como todo un mérito mayúsculo, que Tarde para la ira me estuviera emocionado antes de que ocurriera algo especialmente conmovedor, que lo estuviera consiguiendo por la simple belleza de su autenticidad. Un placer epidérmico que me llegó desde el principio de un modo espontáneo y natural. Y salí del cine con la intención de buscar información sobre ella. Supe entonces que una de las razones del aroma especial de su textura era resultado de una opción estética intencionada: la decisión de filmarla en celuloide (en peligro de extinción), tal y como hacen, con el de 35 mm, Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Christopher Nolan o J. J. Abrams, principales líderes de la resistencia contra el imperio digital. Arévalo había elegido el Super 16 mm. Cuando este ancho de película, más “barato” y manejable, se pasaba a 35 mm para su exhibición en salas comerciales, dejaba un granulado especial, y este efecto justamente era el que de un modo completamente deliberado estaba buscando el director para su impecable debut. Uno de los pocos laboratorios de revelado de Super 16 mm se encuentra en Rumanía, de modo que las latas con el material filmado estuvieron volando en continuas y peligrosas idas y venidas. Y como el metro de película estaba costando un dineral todo el mundo tenía que estar especialmente afinado y concentrado a la hora de rodar. En fin, un acierto de Raúl Arévalo, pues ese toque vintage y amateur, ese tamiz granulado de luz plomiza, había merecido la pena y caló inconscientemente en muchos de los que éramos espectadores desprevenidos.

No pretendo que los demás compartan mis gustos (“el gusto es mío”), pero sentí sin proponérmelo que, al igual que esas canciones que a la primera empapan de placer nuestro cerebro, conectaba al instante con mis sensores del equilibrio estético: estuve a punto de la lagrimilla sin que aún hubiera sucedido nada dramático y fui consciente de que me emocionaba por la belleza de su factura descuidada, por el temple enérgico de su sencillez, por el pulso intenso de su ritmo, de sus diálogos, de sus silencios, de su verdad.

Considero todo un meritazo que una película de atmósfera sórdida, sucia, violenta… una película que se desenvuelve en los ambientes cutres de nuestras barriadas, en los ambientes de nuestros rancios usos y costumbres de clase media baja, de la ordinariez de nuestros bares, de nuestras charlas vulgares, nuestras pintas chabacanas, nuestras rumbitas castizas… sí, considero todo un meritazo que una película así no caiga ni en la horterada, ni en el costumbrismo cañí, ni que tampoco caiga en el simple entretenimiento de acción violenta ni en las poses del realismo social comprometido.

Tras un impactante comienzo y un buen tramo pausado de calma posterior (en el que anida una extraña tensión), la película evoluciona hasta convertirse en una especie de road movie mesetaria (no es precisamente glamuroso el pueblo segoviano de Martín Muñoz de las Posadas) empapada de mala sangre. Me llaman la atención algunas críticas que sólo la califican de interesante. La película es sobresaliente, mama de la esencia más turbadora de nuestro cine negro, y si la hubiera firmado Peckinpah, Eastwood, Kitano o Cronenberg, esos mismos críticos prejuiciosos elevarían a este western crepuscular castellano a la categoría de obra maestra.

Sin moralinas, sin exhibicionismos, sin sermones, sin bonitos encuadres, sin cuidadas simetrías, sin estudiados claroscuros, sin oxigenantes perspectivas, sin acción trepidante, sin alardes de ningún tipo… la película me estaba llegando por la simple maestría de su punto de vista y el equilibrio contundente de su autenticidad sin imposturas.

Seguramente también me emocionó porque en la oscuridad de la sala fui consciente de que estaba disfrutando de un “clásico” instantáneo del cine español -por adelantado, sobre la marcha, en un jodido vis a vis- sin tener que esperar para desencadenar esa certeza a la libertad provisional de futuras valoraciones.
Yanpol64
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