Notable ejercicio de género de un habilidoso Mateo Gil, a medio camino entre el homenaje cinéfilo y la revisión del mismo que a pesar sus defectos (pocos) logra exponer de forma poderosa sus principales bazas.

La trama es buena y tanto los personajes como los diálogos están muy bien escritos. En particular el personaje de Blackthorn me parece extraordinario. La delicada y sutil forma de tratar su relación con Magali Solier, con Noriega y con sus inseparables compañeros de juventud es ejemplar. Y en un inestimable acierto de casting, resulta perfecta la elección de Sam Sephard para transmitir todo el cansancio de un anciano que en su rostro y en su mirada se intuyen mil batallas y alguna que otra derrota.

Mateo Gil hace un trabajo estupendo tras la cámara, positivamente influido por los maestros americanos, y excepto casos muy puntuales, resulta muy efectivo. Logra transmitirme con veracidad todo el vigor, la nostalgia y el sabor de los espacios abiertos de los buenos western clásicos Se percibe un cambio de valores a la par que la sociedad evoluciona. Huele a Peckinpah, aunque carezca de su sentido poético. Tampoco importa mucho. Esos flashbacks que hablan del vigor juvenil perdido, de la amistad y de los fantasmas personales sirven de contrapunto perfecto.

Es un film plagado de imágenes hermosas, y no hablo solo de los bellísimos paisajes bolivianos, sino de momentos de cine auténtico, como la cegadora escena del salar, el fantasmagórico momento en el que Noriega arroja al río los cuerpos o el vibrante travelling de Sephard cabalgando en el salar, capaz de transmitir ese voraz deseo de libertad que ha convertido modo de vida. Blackthorn es una inesperada sorpresa, un viaje íntimo y nostálgico a través de los polvorientos senderos del western.