Una fábula maravillosa es lo que nos encontramos cuando vemos Mi vecino Totoro del mítico director Hayao Miyazaki (realizador japonés de otros éxitos de la compañía como son La princesa Mononoke (1997), El viaje de Chihiro (2001), entre otros). Me alegro poder revisionarla, y encima en una pantalla grande, en el cine, cuando en su momento no lo pude hacer. Y, además, que los niños y niñas de hoy en día tengan la oportunidad de poder catar la animación de los años ochenta. Hace mucho tiempo la visioné en un pase que hacían en un canal de televisión, y en cierto modo, de lo poco que actualmente recuerdo de ella, me fascinó. Una animación tradicional, sin el abusivo canon (no digo que sea nada malo, eh) del uso del ordenador. Y, es que estamos hablando de una cinta que tiene treinta años. Una historia sencilla, pero hermosa, que consigue cautivarte en cada escena. Consigue atraparte desde el principio. Los personajes son muy bondadosos, podemos observar la inocencia personificada en las dos niñas protagonistas y mucho más allá cuando interactúan con el Totoro del título. Una película muy mágica y hermosa. Es un film muy blanco, en el sentido de que no haya malos rollos, no hay antagonistas, ni nada por el estilo, que hagan que los protagonistas lo pasen muy mal durante el metraje.
Bien es cierto que los Estudios Ghibli no es la Walt Disney Studios en cuestiones de animación, ni creo que le quiera hacer sombra, pero sus películas, incluyo a la que ahora nos ocupa, consiguen hacer un hueco en tu memoria para que sean, de alguna forma, inolvidables. Los créditos iniciales y finales, ambos con unas canciones compuestas por Joe Hisaishi, son tanto el prólogo como el epílogo de una sencilla, pero gran historia animada de la cinematografía nipona. Su visionado, sobretodo para quién nunca la haya visto, es totalmente recomendable. Mi nota final es de 9/10.