Ha vuelto el mejor Spielberg. El de las historias épicas con personajes cercanos. El de las narraciones de hechos históricos que se ven magnificados majestuosamente más allá de lo que por sí mismos tenían de grandes. El que te traslada la emoción y te da sensación de vértigo; incluso siendo posible y sencillo saber el final por anticipado porque, es algo que ya ha pasado y está en los libros. En este caso te da igual ¿qué más da? El cómo lo cuenta está por encima de que ya conozcas el final. Eso no es fácil... Preciosista y detallada recreación de una época no tan lejana para quienes, en su día, vimos cómo los ciudadanos atrapados tras el muro sufrían separados de sus familias y sin libertades o, morían en directo en el telediario tratando de escapar. Muchos éramos demasiado pequeños para entender con exactitud la magnitud de ese drama que solo comprendimos cuando comenzamos a estudiarlo. Muchos celebramos con alegría y sincera complicidad la caída de ese muro y ese régimen infame y, las consecuencias lógicas posteriores que tardaron un poco más en llegar. Como en La lista de Schindler, Spielberg vuelve a acertar. En el metraje, en el casting, en delicadeza para mostrar lo más duro pero, sin caer en la lágrima gratuita. Pero lo mejor, de nuevo y como dije al principio, en los perfiles y el dibujo de los protagonistas y sus secundarios. Todos grandiosos, incluso Hanks que no es santo de mi devoción, salvo honrosas y agradecidas excepciones, como esta... Emotiva, emocionante, limpia, técnicamente divina. Como el mejor Spielberg. Como el mejor cine que, además rezuma ese toque clásico y genuino tan maravilloso. Porque cuando se puede hacer bien recurriendo a lo bueno del cine clásico, hay una buena historia y, todo lo demás acompaña... ¿quién necesita toques innovadores metidos con calzador? Yo no.