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Voto de Quatermain80:
3
Ciencia ficción. Fantástico. Comedia. Aventuras Un superhéroe viaja a la Tierra para combatir a un siniestro doctor que quiere apropiarse del planeta. (FILMAFFINITY)
9 de agosto de 2016
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es peligroso el verano; abunda el tiempo libre, aprieta el calor, y las programaciones televisivas de sobremesa se pueblan de entes cinematográficos no identificados. Si a ello unimos que las habituales prevenciones del espectador se ven dramáticamente disminuidas a causa de la inevitable bajada de defensas que el calor provoca, el incauto televidente puede ser abducido por historias que habitualmente desdeñaría, y es así que películas como la presente encuentran su momento.

En estos tiempos que vivimos, con la cinematografía mundial rendida a las historias de superhéroes, están faltando en nuestro solar patrio arrojados cineastas que se atrevan a abordar el género como aquí lo hizo –con más empeño que acierto, eso sí- Juan Piquer Simón.

Haciendo gala del mejor eclecticismo argumental y visual nos despacha una historia en la que un extraterrestre es enviado a nuestro planeta a desfacer entuertos y salvar doncellas, siendo su némesis un malo malísimo a la moda Spectra (uniforme negro con puños y cuello Mao verdes, complementado con secuaces a juego), poseedor de una gran organización, cómoda y amplia guarida (aunque en el extrarradio) y un robot multiusos (incineración, lanzamisiles, fumigación) con aires de máquina expendedora. Frente a su afán destructor, nuestro héroe cuenta con el poder de las galaxias, al que accede cómodamente por medio de su reloj de pulsera, al cual suponemos también provisto de cronómetro y resistencia al agua. Su uniforme infunde general espanto, ya sea en los villanos o en los espectadores, víctimas todos ellos de la feroz combinación de rojo y azul, culminada por los brillos cegadores de su máscara de fantasía. Entre sus poderes se incluyen el vuelo (supersónico, claro, y con hilo musical incorporado), una fuerza y resistencia sobrehumanas (sólo es vulnerable ante los ultrasonidos, como los perros), y la asombrosa capacidad de hacer desaparecer objetos o de transformarlos en comida (memorable la transmutación de una pistola en un plátano; no se había visto nada igual desde los tiempos bíblicos, y aquello fue más fácil, pues sólo había que multiplicar panes y peces). Aparte de estos dos grandes personajes aparecen otros, claramente oscurecidos, como el profesor Morgan (José María Caffarel, ganándose el pan) y su hija, la guapa de turno, cuya importancia en la historia es ínfima, pues lo fundamental es lo que hacen los protagonistas.

Es digno de alabanza el espíritu inasequible al desaliento del que hace gala el realizador, que no se priva de incluir explosiones (a veces insólitas, como ese coche que se volatiliza por salirse del camino); efectos visuales (rayos laser estilo Star Wars); localizaciones (todas ellas intentando que en todo momento parezca que estamos en Nueva York y alrededores); máquinas y objetos (sacados de la sección de juguetes de unos grandes almacenes en temporada de rebajas), todo ello sin importarle lo más mínimo si son necesarios en la historia o si dan al menos el pego.

Deben destacarse secuencias como el ataque a las instalaciones (se supone que atómicas) del inicio, con la genial aparición del robot-expendedor, que es lento pero seguro. La pelea en el bar, evidente lapsus del director, que se creyó que estaba rodando un western con genuino altercado de Saloon. Por último, son inolvidables las secuencias de vuelo, en las que nuestro héroe, más rígido que un palo, sobrevuela Nueva York (aunque el rascacielos desde el que se lanza es el Cuzco IV, en pleno Paseo de la Castellana) al son de la canción del verano, que martilleará por siempre jamás al espectador con su soniquete setentero, digno de Fiebre del Sábado Noche (“Supersonic man, I wanna be…”).

En toda su cutrez, una película entrañable, fruto de otros tiempos en los que los superhéroes eran menos trascendentes, y algo más divertidos.
Quatermain80
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