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Voto de Quatermain80:
8
Drama Adaptación de una obra teatral del dramaturgo americano Eugene O'Neill. En una taberna se reúne un grupo de gente desesperada: parásitos, inadaptados, revolucionarios frustrados, alcohólicos y prostitutas que ahogan sus penas en el alcohol y hacen disparatados planes de redención. Sin embargo, la llegada de Hickey (Lee Marvin) los saca de su letargo: él les demuestra que son precisamente sus fantasías las que les impiden vivir en paz ... [+]
30 de marzo de 2010
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
A principios de los setenta, el productor independiente Ely Landau, quien ya había realizado programas de teatro para televisión, así como producido algunos títulos de cine independiente ("El prestamista" o "Larga jornada hacia la noche", esta última una adaptación de Eugene O'Neill, dirigidas por Sidney Lumet), inició el ambicioso proyecto de adaptar grandes obras teatrales al cine; nacía así el American Film Theatre, del que esta película constituye un soberbio exponente.

Dirigida por John Frankenheimer, y contando con uno de los mejores repartos posibles en aquella época, el filme constituye una fiel adaptación de la obra original de O'Neill, en la que un grupo de fracasados, gandules, revolucionarios frustrados y prostitutas, alcohólicos todos ellos, se reúnen en una taberna a rumiar sus desventuras y a ilusionarse con un futuro mejor, el cual sólo existe en el fondo de sus botellas. La llegada de Hickey, un parroquiano habitual, les despierta de su letargo al enfrentarles con la dura realidad: las fantasías, la necesidad de esperanza y compasión, no son sino frutos de la enorme desesperación en la que viven sumidos, y sin embargo (y esto resulta aún más terrible), esas vanas y etílicas apariencias son lo único que les queda para seguir viviendo.

Más allá del indudable interés que la historia posee, "El repartidor de hielo" tiene la virtud de erigirse en un modélico ejercicio de adaptación de una obra teatral compleja a los modos y maneras propios del arte cinematográfico. Baste decir que toda la acción transcurre en el interior del bar, y que ello obligó a Frankenheimer a trabajar intensamente la puesta en escena, y a planificar con todo cuidado la colocación y los movimientos de las cámaras; todo ello se aprecia en el acertado montaje, que cuenta con planos muy bien compuestos, así como con meritorias panorámicas, zooms e incluso travellings circulares. La fotografía logra transmitir la densa atmósfera de un tugurio, e incluso los matices lumínicos propios de las distintas horas del día.

El guión, que recorta parte de los diálogos originales (la obra tiene una duración de cuatro horas, y la película no llega a tres), está plagado de grandes frases, reflexiones profundas y certeras. En cuanto a las interpretaciones puede afirmarse que son todas buenas, destacando Lee Marvin como Hickey, Frederic March como Harry Hopes, un jovencísimo Jeff Bridges como Parritt, y por encima de todos, un soberbio Robert Ryan, encarnando a Larry Slade. En el rostro devastado de Robert Ryan, en esa mirada triste y desesperanzada que transmiten sus ojos hay un talento interpretativo que roza la genialidad.

Resumiendo, una película magnífica que en palabras de su director constituía la mejor experiencia creativa que hubiera realizado nunca. Sólo por eso, porque Frankenheimer se ha hecho acreedor de la confianza de los aficionados al cine, este filme resulta imprescindible.
Quatermain80
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