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Estados Unidos Estados Unidos · Raccoon City
Voto de Maldito Bastardo:
7
Drama El duque de York se convirtió en rey de Inglaterra con el nombre de Jorge VI (1936-1952), tras la abdicación de su hermano mayor, Eduardo VIII. Su tartamudez, que constituía un gran inconveniente para el ejercicio de sus funciones, lo llevó a buscar la ayuda de Lionel Logue, un experto logopeda que intentó, empleando una serie de técnicas poco ortodoxas, eliminar este defecto en el habla del monarca. (FILMAFFINITY)
17 de diciembre de 2010
199 de 237 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fíjese en esos planos de un micrófono en el arranque de “El discurso del rey”. En el aire que otorga Tom Hooper arriba, a la izquierda y derecha, como coordenadas de aquello que vamos a ver. Esos planos se repetirán sobre Lionel Logue, un socarrón e insolente terapeuta de trastornos del habla, interpretado por un genial Geoffrey Rush y, sobre todo y en concreto, en todo lo relativo al personaje principal: Alberto Federico Arturo Jorge de Windsor, más conocido como Jorge VI o Bertie para los amigos.

Fíjese en el papel que adorna y completa el fondo y paredes de los planos anteriores. La evolución del mismo, su tonalidad cada vez más clara desde esa destartalada, quebrada y rota pared en el despacho de trabajo Lionel hasta el del hogar y un último recubrimiento protector sobre el lugar donde se va a realizar el discurso. Esa minuciosidad en la puesta en escena, como esa absorbente niebla que dispersa la unión y amistad como funcional anticlímax, es una de las claves para comprender el progreso de un paciente que se transforma en amigo y que, finalmente, se convierte y hace Majestad.

Más allá de una sport movie o show movie de preparación mediante ejercicios cómicos, singulares y chocantes, por razón del ritual ‘Pigmaliónico’ y la regresión psicológica-freudiana, “El discurso del rey” supone una antítesis en la consecución de objetivos de su protagonista. Por un lado, tiene que intentar dar un discurso sin tartamudear que le convierta en un líder en tiempos adversos. Eso supondría un triunfo personal, aplausos y la edulcorada fraternización habitual del género. Pero por otro lado, llega el drama: el discurso trata sobre la entrada de Inglaterra en un conflicto bélico de dimensiones mundiales. Esa interesante dicotomía sobre un héroe que no quiere ni pretende serlo supone un alejamiento sobre ciertos estándares trillados y un acercamiento a la humanización monárquica vista en exitosas cintas como “The Queen” (con Oscar para su actriz principal y reclamo a la corona para papá en la ficción).

El contrapunto a lo dramático lo ejerce la comedia voluntariosa por ver a un Rey espetando tacos, cantando y haciendo ejercicios dignos de la mejor funambulesca. No se engañen porque su éxito en Toronto y en las decenas de premios que va a recoger se debe a factores clave que van desde su humildad en el presupuesto (quince millones de dólares), la punzante melosidad de los diálogos en un libreto notable, la expresiva propaganda revolucionara que comenzaría con la radio y el cine hasta un sutil y atenazado contexto histórico con un Eduardo VIII con tendencia por el exceso, las mujeres doblemente divorciadas y suaves, sedosos y sinuosos claveles nazis de florero.

Colin Firth y Geoffrey Rush están tan soberbios que la abdicación como rendición por parte de sus competidores está perdonada con la amnistía. Lo hacen tan bien que hasta John Lydon de los Sex Pistols, después de ver la película, hubiera tartamudeado al cantar ‘God Save the Queen’.
Maldito Bastardo
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