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Estados Unidos Estados Unidos · Raccoon City
Voto de Maldito Bastardo:
7
Drama Nueva York, 1961. Llewyn Davis (Oscar Isaac) es un joven cantante de folk que vive de mala manera en el Greenwich Village. Durante un gélido invierno, con su guitarra a cuestas, sin casa fija y sin apenas dinero lucha por ganarse la vida como músico. Sobrevive cantando en pequeños garitos, pero, sobre todo, gracias a la ayuda de algunos amigos que le prestan su sofá para pasar las frías noches. De repente, decide viajar a Chicago para ... [+]
11 de enero de 2014
39 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película se convierte en una canción repleta de sentimiento, ironía y desventura encapsulada sobre líneas y más líneas circulares, sobre un gran telón negro que acaba siendo un vinilo con la portada de la vida soñada del protagonista. “A propósito de Llewyn Davis” es el futuro para acabar con todas las toneladas de mala suerte y negror en surcos que realmente atrapan su objetivo. El destino de la desgracia está grabado y mezclado, estampado en una sola cara y es el patrón de cada día de adversidad. ¿Conseguirá Llewyn Davis escapar de su propio disco, vida y película? ¿Logrará expulsar todo ese sentimiento pulido milimétricamente en líneas circulares que giran alrededor de un mecanismo inamovible y que sentencian su destino?

Los hermanos Coen son esa afilada aguja suspendida sobre la que pasa un guión hecho vinilo, hecho canción, en la que todo aquello que es la vida gira todavía en un lugar a determinar, sin saber si entre la elipsis existencial despertaremos en el mañana o el ayer. El (mal)vivir pasa por un sofá, por desconectar de un mundo gélido en que no hay ningún enlace con sus habitantes incluso por encima de la biología o el supuesto amor, caminando por unas calles que no son suyas con un gato sin nombre (ni sexo), cabalgando por estaciones y carreteras desconocidas con extraños forasteros y en el que solamente queda la música para exorcizar esos demonios interiores. Aunque no queda nada porque no hay nada que contar en una canción que quedó atrapada dentro de un sueño que ella misma construyó, donde el artista da la impresión de estar por encima de todo cuando sobresale de ese escenario que marca un pulido y afilado guión, montaje y dirección.

Que “A propósito de Llewyn Davis” conecte con “O Brother!” (T. Bone Burnett y Ulises) no es de extrañar en esa filmografía también circular donde se dan cita paralelismos de “Barton Fink” y de cualquiera de sus road-movies y singulares pasajeros. Podemos situarnos en el punto de vista del productor, el Sr. Grossman (F. Murray Abraham), y mirar directamente a la cara de ‘la película’ y decir no vemos mucho dinero en todo el asunto. Es arte es estado puro y puede ser diseccionado, mutilado y enmascarado para fines comerciales y conectarlo directamente con el público; enlatado para el disfrute de esa audiencia entregada a letras frívolas, pasajeras y cegado por sonrisas, destellos y mitos. Y precisamente al final de todo aparece un gran cuento de invierno, donde nuestro trovador nos cuenta su historia mientras canta y da el relevo a aquel que será leyenda. Él no es el protagonista de su propia historia, es el Tony Wilson de esta década cinematográfica. No hay ninguna concesión emocional en ese punto muerto en el que estará atascado perpetuamente su antihéroe, como si toda la cinta fuera consciente de ser ese vinilo que se repetirá una y otra vez a lo “La rosa púrpura del Cairo”, como si la vida y muerte fueran las dos caras del mismo disco, de esa melancólica, carretera sin ruta y, en definitiva, canción de folk.
Maldito Bastardo
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