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España España · Vilagarcía Arousa
Voto de María:
9
Drama. Romance La pasión de una mujer por el estudio de las mariposas y las polillas pone a prueba la relación con su amante. Día tras día, Cynthia (Sidse Babett Knudsen) y Evelyn (Chiara D'Anna) interpretan un provocativo ritual que que consiste en castigar a Evelyn con una sesión de placer y sadomasoquismo fetichista. Cuando una de las dos desea una relación más convencional, entonces la obsesión erótica de la otra se convierte en una adicción incontrolable. (FILMAFFINITY) [+]
9 de noviembre de 2015
55 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Les habrá ocurrido alguna vez que de repente un día se dan cuenta de que la rutina compartida ha contaminado una relación que los años deberían haber fortalecido. Vuelven la mirada y todo parece permanecer exactamente en su lugar… en algún punto del universo ahora separado de ustedes por un abismo.

El tiempo a menudo nos da espacio y el espacio perspectiva, capacidad de enfoque y libertad. O no. No siempre. Porque habrán sentido, también, en algún momento puntual, esa dependencia afectiva que nos vincula a un “otro” determinado -a un “alguien” particular, ingenuo perturbador de nuestro “todo”- transformando el deseo en necesidad y haciendo del amor una patología. Un sentimiento que Evelyn verbaliza en un efímero momento de debilidad, refiriéndose, en principio, a un juego sexual de roles consensuados, perfecto ejemplo de esa cadena invisible que asfixia las relaciones: “Mientras soy tuya permanezco viva”. Y Cynthia asiente calladamente. Silente. Asumiendo, luctuosa y resignada, la dimensión de tal sentencia. Comprendiendo, finalmente, que es ella quien vive en cautiverio.

Habrán padecido, además, en sus carnes, pobres víctimas de relaciones perseverantes , ese ahora en que hacer el amor ya no es hacer el amor porque el idilio ha caducado. Ni siquiera follar es follar porque la pasión se ha domesticado y la fascinación inicial ha dejado de deformar la realidad a su (de ustedes) capricho, dejando tras la retina cierto poso de decepción, porque aquel “otro” ha empezado a ser este “nadie”.

Llega un momento en el que el erotismo de una pareja se reduce a, simplemente, abreviar las noches, a utilizar el sexo cual herramienta, arma, escudo o moneda de cambio… como un simple lastre con el que hacerle trampas a la balanza.
El equilibrio no existe. No existe porque es imposible. Y no es posible porque ni siquiera en ese escenario suspendido en el tiempo, habitado únicamente por mujeres -qué más da, podrían ser hombres, la cuestión es que no hay diferencias genéticas sustanciales con las que estereotipar a los protagonistas de esa constante lucha de poder que es una pareja, o excusas que justifiquen reacciones desiguales-. Ni en esa realidad embellecida, digo, es factible la armonía porque somos a una vez verdugos de la voluntad ajena y víctimas incapaces de escapar del redil de nuestros instintos.

Habrán descubierto ya que todo es mentira. Que la vida es pura aleatoriedad y que refugiarnos en el bucle de la costumbre es una forma de conformismo, de resignación y de transigencia. Que la sumisión es un terreno demasiado próximo a la desilusión y que el amor muere siempre desgarrándonos las entrañas. Que las mariposas se desvanecen por muy entomóloga que una sea y que la soledad, cobarde ella, huele tanto a exilio que nos devuelve una y otra vez al ovillo.
María
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