Imposible que te gusten todos sus capítulos, imposible también que no te guste ninguno, es comprensible y es en esa variedad donde se encuentra el talón de Aquiles de esta recordada serie de Steven Spielberg, una serie que con tan solo dos años de edad en televisión hizo mella en una generación de niños que hoy ya rondan la treintena.

Aún recuerdo ver en las estanterías de los videoclubs las carátulas VHS que mostraban tres capítulos en cada una de ellas, pero lo interesante era ver la serie cuando la programaban en la pequeña pantalla.
Era una gozada verla por televisión, una vez comenzaba la genial partitura de John Williams no podía dejar de pensar que historia contarían esta vez.

Esa música tiene algo especial, sonaba como si fuera una campana, un llamamiento al espectador, un aviso de que era la hora; la hora de los Cuentos Asombrosos.