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Voto de Archilupo:
9
Drama En un pequeño pueblo de Castilla, en plena postguerra a mediados de los años cuarenta, Isabel y Ana, dos hermanas de ocho y seis años respectivamente, ven un domingo la película "El Doctor Frankenstein". A la pequeña la visión del film le causa tal impresión que no deja de hacer preguntas a su hermana mayor, que le asegura que el monstruo está vivo y se oculta cerca del pueblo. (FILMAFFINITY)
18 de agosto de 2008
208 de 234 usuarios han encontrado esta crítica útil
[1] El cine de Erice es poesía. Con pocas palabras y mucha sobriedad visual, busca emoción, la más honda.

[2] Castilla, hacia 1940. Una aldea de casas apiñadas en el árido llano mesetario. Un tren esporádico y una carretera estrecha la comunican con el mundo.

Apartada, la casona de un callado apicultor. Por las noches escucha una radio de galena y escribe literariamente sobre las abejas. En la pared, san Jerónimo, con león y calavera. En el álbum, una foto junto a Unamuno. Como él, hace pajaritas de papel. Se acuesta al alba. Movimientos de sombras y ruidos de ropa lo indican durante un plano fijo de su mujer, que finge dormir.
Ella se evade de la realidad sombría en que sobrevive. Escribe cartas a alguien de su pasado, en el exilio, tal vez muerto: “…se fue nuestra capacidad para sentir de verdad la vida”.

Recluidos en sus respectivas celdillas afectivas, apenas hablan con sus dos pequeñas hijas. El padre, para señalar la diferencia entre setas buenas y malas: Ésa es la más venenosa, un auténtico demonio. Ana: Huele bien…
Ellas susurran entre sí, desde sus camas paralelas, a la luz de una vela, sombras chinescas junto a una Virgen y un ángel custodio.

[3] Cuando el cine ambulante llega en camioneta, las niñas ven “El doctor Frankenstein”, de Whale.
El introductor: película sobre un científico que intentó crear un ser vivo, trata de los grandes misterios de la creación, la vida y la muerte, pero no se la tomen muy en serio.
La pequeña, Ana, sus grandes ojos fijos en la escena del monstruo y la niña, sí la toma en serio. La mayor, no. El cine es truco, los personajes no mueren, ella lo sabe. Ha visto un espíritu, escondido (mentiras, tralará). No tienen cuerpo, no se les puede matar. Se disfrazan para salir a la calle, se ponen cara y brazos y pies. Si cierras los ojos y le llamas, viene.

[4] Desde entonces Ana ansía encontrarse con un espíritu, en búsqueda iniciática que no cesará. Lo invoca, vehemente. En concatenación mágica, el espíritu irá adoptando diversas formas y disfraces.

-En la escuela confeccionan a don José, un tosco homúnculo de tamaño natural. Ana le pone los ojos, ojos con que la ‘mira’.
-En clase de lectura toca Rosalía: “…una sed de no sé qué que me mata”, “Yo voy a caer en donde nunca el que cae se levanta”.
-Junto al pozo de la invocación, la huella de un pie grande.
-La hermana finge haber sido atacada por el espíritu.
-Otras niñas atraviesan una fogata saltando en corro.
-En la casa abandona ‘aparece’ un guerrillero (llegado en tren, furtivo).

El afán de Ana alcanza con la 'aparición' un estadio crucial, al que seguirán otros, accidentados y culminantes, en pleno viaje interior a las regiones de la muerte y el renacimiento.

[5] Atmósferas cromáticas:

Exteriores, siempre cielo gris aplomado.
Interiores, ocre y ámbar colmeneros.
Noche y cine: azul, plata.

En plenilunio azul, y entre sombras temblorosas, ella bebe agua, se levanta al balcón entreabierto e invoca a su espíritu: Soy Ana.
Archilupo
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