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Voto de Archilupo:
7
Drama Simon tiene cuarenta años, es psicólogo en el departamento de recursos humanos de SC Farb, un complejo petroquímico que es la filial en Francia de una gran multinacional alemana. Su trabajo consiste fundamentalmente en entrevistar a posibles trabajadores Un día recibe un encargo especial: Karl Rose, codirector de la empresa con Mathias Just, le pide que le haga a éste una evaluación psiquiátrica. Simon se siente atrapado, pero intenta ... [+]
19 de diciembre de 2009
20 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película se ciñe al título: el factor humano en la nueva empresa. Por el sueldo ya no sólo se exige fuerza de trabajo sino identificación servil con la firma, entrega total del ser.

La compleja trama y su filosófico tratamiento fijan una correspondencia entre nuevas formas de codicia capitalista y el sistema nazi de exterminio metódico.
El argumento mira un caso particular, la filial francesa de una multinacional alemana. El laborioso enfoque sugiere que es ejemplo generalizable; que más allá de la metáfora, la evolución de las empresas poderosas es un modo de supervivencia del nazismo por otros medios. Comparten el método: clasificación de la población para mejor explotarla, y eliminación de grupos débiles o conflictivos, estorbo para la máxima plusvalía.

Desde el Tercer Reich sólo han pasado al fin y al cabo un par de generaciones. A partir de la investigación encargada al director de recursos humanos las conexiones van saliendo. No son trabajo político organizado (la fachada democrática se mantiene sin agrietarse) sino modo de obrar que va en la sangre y que en la frialdad de lo técnico encuentra campo idóneo.
Así, la tarea del psicólogo, que aplica su pericia a la selección de empleados idóneos y al despido de media plantilla, se presenta como la del oficial que ejecuta la ‘solución final’ para exterminio del débil y mejora de la raza.

La paleta cromática es de una austeridad absoluta: ocres, grises, pardos. La iluminación, tenebrista: nocturnos, crepúsculos, interiores.
No hay paisaje, salvo la fábrica humeante y construcciones abandonadas. Ni animales ni vegetación, tampoco niños. Los amores son crispados, sin desnudos.
Entre escenas, transiciones sin fundidos, para enfriar el ritmo.
El veterano Lonsdale, habitual de Chabrol, con su impresionante interpretación del personaje investigado crea un potente foco de atención. Por su parte, Amalric, representa bien con qué estupor el psicólogo se va enterando tanto de las consecuencias reales de su labor como del mecanismo despiadado que las rige.

Pasada la mitad, la interesante trama en torno al pasado tenebroso de los directivos cede paso al discurso intelectual que se venía desarrollando a la vez. No es sólo la denuncia del sistema de exclusión de los desheredados y la pauperización de la clase trabajadora a través de las reestructuraciones, sino un pesimismo más existencial. La queja profunda del flamenco (Poveda, desgarradora toná), seguida de un melancólico fado, expresan esa línea.
Al final, un alegato filosófico excesivamente verbal, sobre la colonización del lenguaje por el poder. Importante, pero cinematográficamente disfuncional. La película se descompensa. Una pantalla negra mientras una voz reflexiona es muestra de ese erróneo sacrificio de lo visual y lo narrativo.

Pese a la dureza estética y lo insatisfactorio de varias soluciones la película, con muchos pasajes absorbentes, merece la pena por la seriedad y alcance del análisis que propone.

(7,5)
Archilupo
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