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Voto de Archilupo:
9
Drama “La Gaviota” es un caserón situado en las afueras de una ciudad del norte de España. En ella viven Agustín, médico y zahorí, su mujer, maestra represaliada por el franquismo, y su hija Estrella. La niña, desde su infancia, sospecha que su padre oculta un secreto. (FILMAFFINITY)
19 de septiembre de 2008
158 de 174 usuarios han encontrado esta crítica útil
[1] La idea inicial era una película diáfana, para el gran público, cuya primera parte, en el Norte y fotografiada en tonos sombríos, se opondría a la viveza luminosa de la segunda, en el Sur. Pero el productor eliminó la etapa andaluza del rodaje, concluido a la mitad.
Para Erice, el proyecto quedó incompleto.
Las supresiones y consiguientes lagunas narrativas oscurecen el relato: el sur escamoteado arroja sobre el norte su sombra, que es lo único filmado y visible. Su poética belleza es profundamente melancólica.
Repleta de calidad y significación en cada escena, entristece pensar que esta obra mayor del cine europeo esté descompensada a causa de percances financieros.


[2] Lo primero es la luz, su avance en la tiniebla: amanece gradualmente por una ventana azul en el dormitorio de Estrella adolescente. Llegan voces, gritos alarmados llamando a Agustín, el padre desaparecido.
Ella comprende que no lo verá más cuando encuentra bajo la almohada el péndulo.
Desde un presente indefinido, la voz en off de Estrella adulta e invisible evoca emotiva a partir de ese recuerdo la vida junto al padre, hasta ese amanecer fatídico, en un gran flashback circular que abarca toda la película: un íntimo revivir el vínculo filial.
Tras ello, la voz anuncia el viaje al Sur, por fin, al encuentro del secreto mundo paterno y la identidad propia.

El intraexilio ha empujado al médico Agustín (excelente Antonutti introspectivo, barojiano) a las afueras de una ciudad norteña, amurallada junto a un río.
A ojos de la niña, su padre tiene el poder de un mago. Se recluye en el desván para cultivar esa fuerza misteriosa que Estrella aspira a compartir. Con su péndulo, Agustín es capaz de encontrar agua subterránea para los vecinos. Estrella, ayudante, recibe enseñanzas: mantener la mente vacía para dejar a las corrientes magnéticas actuar.
Con la madre, culta maestra confinada por la represión a tareas domésticas, aprende a escribir.

El padre procede del Sur, remoto lugar de fantasía concretado en postales exóticas (casas blancas y palmeras, bailaoras y flamencos, balcones y fuentes, luz y geranios) y en la llegada, para la primera comunión, de la abuela paterna y su criada Milagros, diminuta e inmensa Rafaela Aparicio, emocionante irrupción que inunda la película de arte expresivo. Aparece ante Estrella como personificación de ese Sur (una de las efusiones de luz dorada asociadas a la adquisición de conocimiento) y eslabón entre dos mundos conectados por desgracias ocultas que la niña va entreviendo en frases a medio decir: enfrentamientos familiares, rebeldía, guerra civil…

El pasado meridional, fuente simultánea de luz, dolor y enigmas opacos.


[3] Cuando viajemos geográfica o anímicamente al Sur no filmado, mitificado, como en una Arcadia encontraremos a Agustín en su plenitud serena, liberado de la pesadumbre de la derrota, y a Estrella conciliada con él y crecida…

Con ellos regresaremos incesantemente al Origen.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Archilupo
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