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Voto de Archilupo:
9
Drama. Romance Yamada cierra su trilogía sobre samurais con esta historia acerca de un fuerte servidor del Shogun que pierde la vista mientras trabaja en el castillo. Su mujer, por la que siente devoción, se sacrifica para salvar su honor. Ahora el samurái promete venganza por su amor perdido y por su honor como guerrero... (FILMAFFINITY)
8 de mayo de 2009
25 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película de Yamada nos introduce desde el primer minuto en un cuento sencillo, desprovisto de adornos, sin apartarse nunca del estricto hilo del relato. No tiene secuencias de relleno ni tiempos muertos, y consigue que sus dos horas estén llenas de fuerza esencial.
Está tan lograda la sencillez que de puro concreta se vuelve abstracta: se ambienta en época feudal, sin que se insista en ello demasiado.
El planteamiento juega con un castillo, un amo, una sociedad verticalmente jerarquizada y el código de honor samurai. Pero los exteriores son mínimos, el vestuario no llama la atención, y no hay el menor énfasis en lo arquitectónico. Las ropas, lo mismo que las casas de madera, tabiques corredizos de papel de arroz y patio con frutales, podrían ser de hoy o de cualquier época.

Un joven samurai tiene empleo de catador de venenos en el castillo feudal. Sufre un percance en su trabajo, un aparente envenenamiento del que se recupera de forma incompleta. La esposa aporta su confianza, y va a la piedra de las cien oraciones, pero flota la sombra del harakiri.
Al samurai le crece el pelo en lo alto del cráneo, antes afeitado. Aparece la nefasta familia, con sus presiones sucias, contaminantes.
El honor herido de un guerrero que se siente caído más bajo que un perro multiplica su rencor y lo empuja hacia un combate trascendental. El maestro que le entrena le indica, además, una forma de vencer: “Que estés dispuesto a morir, y que el rival quiera vivir a toda costa”.

El relato tampoco es sofisticado como para absorber la atención mediante sucesos complejos. Al contrario, articula con parquedad temas básicos (pero hondos) de amor verdadero, mundo injusto, dignidad y honor restablecidos, en episodios de prodigio y heroísmo.

La concisión expresiva, guiada por una sobriedad absoluta, no carece de ternura, sensibilidad y humor, calibrados con ponderación y sentido del equilibrio admirables. El actor, Kimura, está asombrosamente metido en la minusvalía del personaje, y el criado es un secundario lleno de humanidad.

Hay repeticiones para marcar ritmo en la historia (la reclamación de agua caliente, y otras). La técnica se mantiene discreta, como la cámara a menudo filmando desde el suelo, el sonido de insectos y pájaros, las hojas secas que vuelan, esa ráfaga de viento en la hora crucial...

Tocada desde el principio por ese halo universal del “Érase una vez…”, o del “Hubo un tiempo en que…”, tiene en su misma concepción rango de clásico de todos los tiempos.
Archilupo
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