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Voto de Archilupo:
9
Drama México. Estado de Chihuahua. Comunidad de los Menonitas. Johan, casado con Esther, con la que tiene siete hijos, vive desde hace dos años una historia de pasión con Marianne. Entre sus dos vidas, sus dos mujeres, la elección es imposible. Confiesa su situación a su amigo Zacarías y a su padre, que es predicador y considera que la vida de su hijo se halla bajo la influencia del diablo. Sin embargo, los dos lo apoyan, lo compadecen. Y lo envidian... (FILMAFFINITY)  [+]
10 de enero de 2009
30 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Desde el girar nocturno de las galaxias, la historia que va a contar Reygadas aterriza despacio en un lento amanecer que equivale al ancestral “Érase una vez…” de las narraciones arquetípicas, profundamente evocador.

Érase una vez un granjero, padre de familia numerosa, decidido a dejar a su mujer e hijos para vivir con su vecina amante, en quien estaba casi seguro de haber encontrado al verdadero amor de su vida. Ciertos márgenes de duda le movían a consultar con su padre y con su mejor amigo la decisión.

Sería un relato corriente si no se tratara de miembros de la cerrada comunidad menonita “Manitoba”, de origen alemán, arraigada en Chihuahua, México.
El estricto credo protestante de los menonitas hace que el conflicto del hombre que quiere a dos mujeres a la vez se pueda centrar en el aspecto ético-moral más que en el erótico: en el sufrimiento de las personas implicadas y en su modo de enfrentarse a las trágicas consecuencias.

2) En esta cinta hay de Tarkovski el protagonismo del paisaje; de Bresson, el concurso de actores no profesionales; de Dreyer (cuyo “Ordet” se cita expresamente en la escena del velatorio blanco y en cuyo sentido profundo se apoya), la escenificación exacta y la voluntad trascendente.

Pero tras una bregada preproducción en la hermética comunidad menonita, Reygadas elabora esas influencias en busca de una fórmula propia.
La poética de su paisajismo es más sensorial y desnuda que la de Tarkovski. Se pega al terreno para adentrarse en la profundidad del espacio, ayudado por una luz que con un amanecer y un ocaso abre y cierra la película, y parece con su brillo gobernar el mundo. El frecuente movimiento de la cámara hacia delante intensifica la sensación de amplitud, reforzada por una banda sonora sin música, tersa, reservada para las parcas voces, los sonidos de respiraciones e insectos, motores y lluvia.
Los actores no profesionales no son tomados para sólo modelar, sin reflejar emociones, según hacía Bresson. Tampoco actúan a la manera convencional sino que sienten a fondo ante la cámara. Elección y dirección de actores son extraordinarias. El sentir de estos ocasionales ‘intérpretes’ es tan vivo e intenso que casi transforma sus fisonomías de una escena a otra.
Dreyer articula en su “Ordet” un discurso religioso que sirva de marco al milagro. Reygadas, por su parte, aunque lo ambienta en una radical comunidad creyente lo envuelve menos en argumentación teológica. Prefiere abrirlo a lo maravilloso, tan presente en las narraciones tradicionales.

3) La presentación eficiente y verosímil del elemento maravilloso en estado puro, sin mezclar con lo fantástico ni lo folklórico, es posible gracias al asombroso acierto de situarlo en el peculiar ambiente de los protagonistas, de antemano depurado y libre de ganga e interferencias (no hay radio ni TV, excepto un recital de Jacques Brel), y a una dirección excelente, que apura siempre al límite el rigor de la emoción estética.
Archilupo
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