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Voto de Archilupo:
9
Comedia. Drama Marcel Marx, famoso escritor bohemio, se ha exiliado voluntariamente y se ha establecido en la ciudad portuaria de Le Havre (Francia), donde vive satisfecho trabajando como limpiabotas, porque así se siente más cerca de la gente. Tras renunciar a sus ambiciones literarias, su vida se desarrolla sin sobresaltos entre el bar de la esquina, su trabajo y su mujer Arletty; pero, cuando se cruza en su camino un niño negro inmigrante, tendrá ... [+]
9 de abril de 2014
26 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bienaventurados los inocentes. Lo comentan como de pasada, mientras hablan de San Lucas, unos curas que fuman y se hacen lustrar los zapatos. Así lo deja caer Kaurismäki. El limpia es un buen hombre. Deja brillante el calzado de los demás pero el suyo está gastado y sucio. Su mujer, amorosamente, lo ve como un niño grande. Ya es casi anciano, con pasado de escritor bohemio, cuyo éxito fue “sólo artístico”.

En esta Europa todos son canosos. No hay niños ni jóvenes en sus enclaves portuarios, donde reina una luz decadente, entre grúas como saurios y tonadas de acordeón.

El minimalismo punk de Kaurismäki se depura con sus maestros franceses (Becker, Rohmer, sobre todo Bresson) y encumbra el arte del laconismo: decir lo justo, atajando fuera de campo mediante soberbias elipsis.
Un tiroteo con varias víctimas se comprime en unas pocas detonaciones que suenan por ahí. En Hollywood habrían construido y aniquilado un barrio entero para la escena.
El viaje a Calais es un bus llegando al cartel de Calais; el paisaje, el radiador frontal del vehículo.
Algún personaje es nada más una voz, el prefecto. Para qué mostrarlo, si lo que importa es lo que dice al comisario en medio minuto.
Y un momento esencial del relato (un bocadillo bajo un puente) se cuenta con el simple sonido de un chapoteo, casi una onomatopeya, un suspiro del agua que con inmensa potencia significa Fraternidad, Compasión, Humanidad.

Un contrapunto: el veterano Jean-Pierre Léaud encarna en su físico decrépito la histérica decadencia de la Europa envejecida.
Otro: alguien lee en voz alta un relato de Kafka y cae como un aluvión de palabras, un verdadero alud si comparamos con las cuatro que se dicen en toda la película, las justas.
Acciones también las justas. Entre tanto, fumar, comer, beber; quietos, a la espera. Un no-hacer que no consiste sólo en no hacer el mal sino en mantenerse despiertos, puros, bordeando la sobrenaturalidad, o finalmente alcanzándola.
Los inmigrantes tampoco necesitan demostrar que son la fuerza inocente, los bienaventurados pobres. Las miradas serias y transparentes lo dicen de una vez, y Kaurismäki se ciñe a ellas: a la mirada del niño Idrissa y su noble cortesía.

Encontramos elementos ambientales que nos resultan familiares: estridentes carteles del circo, tango en la gramola, rock en directo, ráfagas breves de música emocionante, coches siempre antiguos, puntos de rojo y amarillo en flores como de plástico, interiores de azuladas paredes desnudas…
En lo alto de su maestría, Kaurismaki añade un soplo de profunda y depurada bondad: vacío e inocencia resultantes de toda una vida eliminando lo superfluo. Lo esencial se dice casi solo, como dejándolo caer.
Bienaventurado cineasta.

[A Servadac]
Archilupo
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