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Voto de Archilupo:
7
Intriga. Cine negro. Drama Una mañana, Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), después de visitar a su padre en el hospital, encuentra entre unos arbustos una oreja humana. La guarda en una bolsa de papel y la lleva a la comisaría de policía, donde le atiende el detective Williams (George Dickerson), que es vecino suyo. Comienza así una misteriosa intriga que desvelará extraños sucesos acontecidos en una pequeña localidad de Carolina del Norte. (FILMAFFINITY)
11 de octubre de 2008
47 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Por una oreja se entra, por otra se sale y, entre medias, el interior enloquecido de una cabeza.

La vida del estudiante Jeffrey es sacudida por la súbita enfermedad de su padre.
Bajo el césped resplandeciente de las uniformes urbanizaciones bullen los escarabajos.

La cámara, empujada por un sonoro y creciente viento inicia, en enfático travelling, el descenso órfico de la historia a través de una oreja con hormigas de filiación surrealista; de una oreja, del oído interno, del laberinto que conduce a la cavidad craneal.

El joven héroe baja una escalera oscura desde una habitación iluminada. Unas tijeras cercenaron la oreja misteriosa, unas tijeras cortan la cinta policial para acceder al espacio del crimen.

Jeffrey y Sandy, jóvenes curiosos, investigan como aficionados el enigma. Jugando a detectives para aprender, adquirir experiencia; y a imitar a la gallina, para conjurarla.


2) Descenso a un tenebroso submundo con iluminación Hopper por el que pululan estrafalarios hampones, una mafia de polis corruptos y camellos; la cantante Dorothy, esclavizada por Frank, un psicópata histriónico que le echa zafios polvos de conejo temblón: escenas en un piso morado, malva, violeta y cárdeno, sexo a punta de cuchillo, entrevisto como un programa codificado, por las rendijas horizontales del armario ropero.

Sandy: No sé si eres un detective o un pervertido…
Jeffrey: Cuando lo averigües, dímelo.

Un submundo tensado desde el principio por la música neblinosa de Badalamenti, con excursiones nocturnas a burdeles de arrabal donde, si Dorothy canta “Blue Velvet” en el Slow Club, un ‘dealer’ grillado hace que canta a lo Orbison, alumbrado por un micro.

Un submundo en el que el histérico Frank se frota los labios pintados, las putas bailan sobre los coches, los fiambres se tienen de pie, como de cera, según estética en la que todo exceso atmosférico es poco para probar el temple de un detective amateur.

Mientras tanto, el viento silba a través de la oreja, apaga velas, hincha cortinas…


3) Cuando, por otra oreja, la historia sale de su asfixiante ámbito al mundo de la superficie (bajo el cielo radiante, jardines floridos entre vallitas de tablas blancas, tan vivo como un petirrojo disecado), se habrá consumado el aprendizaje inherente al viaje iniciático, al descenso interior a los infiernos, por así llamarlos.
Archilupo
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