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Voto de Archilupo:
7
Comedia. Drama Medio-oeste americano, 1967. Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) es un profesor de física que ve cómo de la noche a la mañana su vida se derrumba. Es un hombre bueno, un marido fiel y afectuoso, un buen padre y un profesor serio, pero, de repente, todo en su vida empieza a ir mal. Su mujer lo abandona sin explicaciones, y el amante de ella lo convence para que deje su casa y se mude a un motel por el bien de los niños. Además, su carrera ... [+]
27 de marzo de 2010
28 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el universo Coen los personajes suelen ser algo lelos; a veces, bastante lelos. Los hermanos cineastas se burlan de su cortedad y los someten a perrerías variadas, con frecuencia absurdas.

En “Un tipo serio”, los Coen presentan a un profesor de matemáticas algo lelo que todo lo encuentra bien: su mujer, que es como un perro de presa, el amigo traidor con quien ella se la pega, el hermano tarado, los hijos necios, el vecino fascista, los rabinos banales, los alumnos obtusos…, a nada le encuentra objeciones. Se puede enfrascar en la Teoría de la Indeterminación, en la paradoja del gato cuántico de Schrödinger (el que está vivo y muerto a la vez, en sendas posibilidades compatibles), y en las formas matemáticas de la incertidumbre, que parece trasvasarse a la vida cotidiana un día en que todo empieza a torcerse: qué demonios está pasando, y por qué.
Pasa como en el prólogo, el cuento judaico en que no queda claro si el viejo es un fantasma, o no, o ambas cosas: no se sabe ni se puede saber.

La acumulación de contratiempos humillantes y penosas desgracias hace que el profesor extienda a la vida sus dudas metódicas. Su interpelación al poder divino (¿acaso está siendo puesto a prueba como un Job?, ¿hay un lenguaje de signos en la coincidencia de colisiones, en las dentaduras grabadas?, ¿hay mensajes ocultos procedentes de las alturas?) recibe respuestas indescifrables, o ninguna respuesta, o ambas cosas a la vez.
El sentido de lo que ocurre no existe, o existe y no se puede conocer, o ambas cosas a la vez.
Lo que ocurre, ocurre, y ya está. En su insignificancia, el hombre lo interpreta como favorable o desfavorable, pero fuera de ese esquema de supervivencia, nada real representa.
Si el profesor es abandonado por su mujer y lo vive como una desgracia, también le cabe ver que su esposa es un mastín y él puede ahora visitar a la vecina que toma el sol en bolas.

Esta perspectiva de la insignificancia humana, en la que personajes míseros, casi grotescos, viven peripecias ridículas, ya no es adoptada sólo para la risa floja sino que se convierte en categoría. Adquiere alguna profundidad al plantear si el hombre, por lo general lelo según los Coen, no vive en un mundo cuyo creador está ocupado en cosas más importantes.
Lo que no es muy estimulante, pero al menos introduce cierta metafísica en el vacile.
Archilupo
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