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Voto de Archilupo:
9
Drama. Romance Año 1909. En el transcurso de una huelga general, Henrik, un humilde estudiante de Teología, conoce a una chica de una familia de clase alta a la que todos adoran, sobre todo su padre. Entre ellos nacerá, a pesar de la oposición familiar, una larga historia de amor que encarna la lucha contra el rígido sistema de clases dominante. Se basa en la historia de los padres de Bergman. (FILMAFFINITY)
17 de octubre de 2010
48 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los temas recurrentes de Bergman es la pareja, radiografiada en varias de sus mejores películas. Nadie puede acusarle de proyectar evasivamente en la ficción sus propios conflictos porque son precisamente el material expuesto con desnudez abrumadora. Y por si para profundizar no le bastara agotar lo autobiográfico, indaga en sus puros orígenes: la novela “Las mejores intenciones” (publicada en español por Tusquets, 1998) recrea la década que va desde que sus padres cruzaron la primera mirada de asombro y reconocimiento hasta que Ingmar, el segundo hijo de la pareja, a punto de nacer, hinchaba el vientre de su madre.

Hacia 1990, el cineasta Bergman estaba mayor, y además era para él material muy sensible, pero el autor Bergman escribió el guión majestuoso de una serie televisiva de seis capítulos (la versión para sala la reduce a la mitad) y recomendó que Bille August la dirigiera.
El guión es la total arquitectura del film. La riqueza de la narración, sencilla y esencial, se basa en diálogos construidos con inteligencia suprema, alternados con silencios de igual elocuencia.
La tarea de August opta (o Bergman lo indicó así) por una fina corrección, un ponderado equilibrio, en una tónica de secundamiento eficaz, la idónea. Una ejecución barroca o experimental habría caído en lo excesivo, casi seguro, dada la elevada tensión que de por sí tiene sin tregua la historia, empezando por la escena en la que el joven Henrik Bergman, estudiante de Teología, se presenta al espectador dando muestras de una dureza de corazón y un resentimiento insólitos, al negarse a perdonar a su abuela moribunda. Ese permanente rasgo de carácter lo refleja a la perfección el actor Samuel Fröler. Y el temperamento de Anna Akerblom, tan contrapuesto, lo desarrolla con mayor perfección si cabe Pernilla August, quien durante el rodaje se casó con Bille August (el embarazo filmado por las cámaras es real), y tal vez por eso su presencia en pantalla roza lo maravilloso.

August no pretende emular a Bergman. Por contraste, su estilo parece académico, pero tras esa impresión inicial cabe reconocer bastante mérito en la fotografía y su paisajismo; en la excelente dirección de actores y el manejo del lenguaje de las miradas; en los esmeradísimos interiores y vestuario; en la poesía sutil y escandinava de algunos momentos cercanos a lo mágico. En balance: el servicio leal a la potencia inmensa del guión.

Es imposible contar a fondo la vida de una pareja, su inherente danza de atracción y rechazo, armonía y conflicto, desprendimiento y egoísmo, entrega y prejuicios, tics educativos y genuino impulso amoroso, y no caer en lo romántico o en lo trágico, en lo tempestuoso y excepcional, sino mostrarlo como el dinamismo real de esa pareja, sin aspavientos y con verdad.
Sólo Bergman, con su arrojo artístico ante el abismo de la existencia, puede abrirse en canal en esa cirugía inmisericorde, y abrir también a sus padres, y hacer de ello una obra magna.
Archilupo
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