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Voto de Archilupo:
7
Drama Un solitario inspector de Hacienda acude cada noche al club de striptease Exótica, en las afueras de Toronto, para ver bailar a Christina, una sensual joven que se desnuda para el público masculino ante la mirada de su ex-novio, el disc-jockey del local. (FILMAFFINITY)
1 de octubre de 2008
62 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un día de invierno de 1993, un inspector de Hacienda se presentó sin avisar en la oficina de Atom Egoyan. No había terminado de identificarse y ya estaba quitándose el abrigo.
—Si me dice dónde están los libros de cuentas y los papeles, usted puede seguir a los suyo, que no creo que tardemos mucho; a lo sumo, tres o cuatro días.

Durante ese periodo Egoyan, lejos de acostumbrarse a la situación, se sentía cada vez más incómodo, y eso que no tenía nada que ocultar.
El inspector examinaba concienzudamente facturas, extractos, recibos, agendas y albaranes mediante los cuales reconstruir, a partir del rastro económico, las actividades recientes del cineasta. Su vida, en suma.
Pero el inspector, particularmente callado y hermético, nada revelaba acerca de sí mismo. Ni lo dejaba entrever. Incluso, se diría, hacía por ocultarse tras el humo de los cigarrillos que fumaba con parsimonia.

Para defenderse de la sensación de desnudez, Egoyan concentró sus facultades profesionales en imaginar la vida más íntima del inspector, visualizarlo en sus horas libres. Y le supuso (le pareció un rasgo de coherencia) dedicado a contemplar desnudas a personas inocentes, sin tocarlas, como quien mira a través de un espejo polarizado.
En su fantasía, Egoyan le trasladó a un club de striptease, le hizo cliente asiduo, obsesionado con una stripper que hacía su número vestida de colegiala. “Una de nuestras preciosas muñecas”. Ahí estaba Mia Kirshner, con faldita plisada…
Un local de atmósfera densa, repleto de rincones y penumbras. “¿Qué da a una colegiala su especial inocencia, amigos?”. Obsesionado con mirarla, inspeccionarla, comprobar su candor uniformado, pero sin tocar. El club tenía una regla estricta.
Sí, allí pasaba las horas el inspector, quieto, fijo, metido para adentro y abrumado, no por una preocupación cualquiera, como cuando te bloquean un ascenso, tu mujer te la puede estar pegando o te descubren una mancha en el hígado, no; algo más gordo, una desgracia seria, una tragedia tal vez, ya se irá tramando sobre la marcha, un golpe que intentaba encajar, al finalizar la jornada de inspecciones, por ejemplo en la tienda de un pajarero, un inmigrante que se sacaba un dinero irregular con el contrabando de huevos de un ave exótica… exótica…
Exótica: buen nombre para el club…

Desde su mesa, Egoyen miró al inspector, absorto en el estudio de montones de documentos.
Cuando el inspector levantó la cabeza al oír un carraspeo, Egoyen le dirigió una sonrisa.
Archilupo
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