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Voto de Archilupo:
6
Drama En la mitología germánica, el momento anterior al Apocalipsis, en el que se trastocan los valores y caen las más altas torres, se conoce como "El tiempo del lobo". Una familia de clase media (padre, madre y dos hijos) huye de la catástrofe ocurrida en la ciudad, y se refugia en su casa de campo. Piensan que así lograrán librarse del caos generalizado, pero pronto comprenderán que eso es de todo punto imposible. (FILMAFFINITY)
29 de octubre de 2010
52 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se cuenta en el escandinavo “Codex Regius”, del siglo XIII, que llegado el Ragnarok, el ocaso de los dioses, se abrirá feroz batalla y el lobo Fenris engullirá a Odín. Seguirá un tiempo de caos y destrucción, el Tiempo del Lobo.
Con el título, Haneke da este marco a la película.

Para reforzar el aire apocalíptico, la cámara se detiene al menos dos veces ante una acuarela de Durero (“Visión de un sueño”, 1525) que representa un diluvio e incluye al pie una nota del pintor:
“En 1525, durante la noche entre el miércoles y el jueves después de la semana de Pentecostés, tuve esta visión mientras dormía, y vi cómo unas muy grandes aguas caían desde los cielos. La primera golpeó el suelo a unas 4 millas de mí con una fuerza tan terrible y un ruido tan enorme, que inundó toda la campiña (…) Y el aguacero siguiente fue enorme. Algunas de las aguas cayeron a alguna distancia, y otras más cerca. Y venían desde una altura tal, que parecían caer muy lentamente. Pero la primera tromba de agua que golpeó el suelo lo hizo tan repentinamente, y había caído a tal velocidad, y estaba acompañada por viento y por un rugido tan aterrador, que cuando me desperté todo mi cuerpo temblaba, y no pude recuperarme durante un tiempo. Cuando me levanté por la mañana, pinté lo que se ve arriba tal y como lo había visto. Ojalá cambie el Señor todas las cosas para mejor.”

Los personajes son actuales, viajan en coche y se ven involucrados desde el principio en una crisis global e indeterminada. Apocalíptica. Las radios gotean datos: caída del abastecimiento de agua, contaminación, epidemias, delitos y crímenes… Ley y justicia se han disipado, hay xenofobia, mercado negro, régimen selvático… Los aislados lugares donde se acumulan refugiados son el bosque, una estación de tren y un silo. Quimérico montar en un tren.

Lo mísero sale en exceso: llanto, hambre y degradación fuera de línea argumental. Por demás. La suma de crímenes, alaridos, muerte de animales y suicidios acaba redundando.

La estética, irreprochable. Haneke sabe ceñirse a los recursos que domina y disimular la cortedad del repertorio. Hay gran control del color, entonado. Y una partícula de emoción asociada a una sonata de Beethoven.

Quizá Haneke piensa que el público no conoce bastante la existencia del mal, el dolor, la crueldad y el vacío, y asume la misión de hacérselo conocer. Para mostrarlo carga sus cintas con material de esa índole.
La intención que subyace es moralizante y revulsiva. E intelectual.
¿A quién se dirige? El espectador común jamás verá sus películas. Y el que está en disposición de verlas ya ha reflexionado sobre las miserias del mundo, ya le han dolido, y no precisa que le pongan al día.
Que la vida puede resultar dura es algo sabido, a menudo por experiencia. No es noticia. Si se cuenta con arte, pues bien. Pero si la cosa se queda en simple recordarlo, y con tanto énfasis, el espectador puede murmurar al encenderse las luces de la sala: “¡Apaga y vámonos!”.
Archilupo
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