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Voto de La mirada de Ulises:
8
Drama Val es una asistenta interna que se toma su trabajo muy en serio. Sirve a un adinerado matrimonio de São Paulo día y noche, y cuida a su hijo adolescente, al que ha criado desde su infancia y con el que tiene una relación muy especial. El orden de este hogar parece inquebrantable, hasta que un día llega desde su ciudad de origen la inteligente y ambiciosa hija de Val, Jessica, a la que había dejado al cuidado de unos familiares en el ... [+]
20 de julio de 2015
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La brasileña Anna Muylaert nos deja una película extraordinaria, con buen guión y un acertado dibujo de personajes. "Una segunda madre" es la radiografía de una sociedad de clases que podría parecer pretérita y no lo es, y también el retrato de unas madres que quizá se hayan equivocado de hijos pero que tampoco. Por un lado, produce extrañeza esa distancia y menosprecio de los pudientes dueños de la casa hacia esa mujer humilde y abnegada que les sirve. Cada estamento queda reflejado en un par de escenas maravillosas que hablan de la finura e inteligencia de la directora: hay una fiesta de cumpleaños en casa del matrimonio y Val sirve unos entrantes a unos invitados que no osan darle las gracias ni mirarla en ningún momento; antes, la buena asistente ha creído oportuno regalar a su dueña un juego de tazas de café, a lo que la engreída mujer responde con tanta educación y frialdad como falsedad e ingratitud. El resultado de esas actitudes es esa lastimosa estampa de la familia adinerada cenando mientras los tres miembros están absortos en sus móviles, o aquella otra en que un hijo consentido que ha suspendido la Selectividad se deja abrazar por la criada mientras rechaza a su madre.

Es posible que la distancia haya desecho unos lazos y creado otros, porque el hijo de buena posición sintoniza con Val porque la ha tenido siempre cerca y tiene buena consideración sobre él, mientras su madre ha permanecido mirándose en su trabajo y en sus celos. Por otro lado, Jessica vuelve a ver a su madre Val tras diez años... y vemos que pertenece a otra generación que no se frena ante las diferencias y que posee la inteligencia que da el estudio -o la curiosidad, dirá ella- y no el dinero. Por momentos parece que el chaval mimado es hijo del cariño de Val y que Jessica se ha colado en el universo de la dueña de la casa. Y esa ruptura del estatus social imperante no puede terminar sino en un choque de trenes y en una crisis social-familiar-personal. Buena metáfora la de las tazas blancas y negras, que pueden combinar bien en un juego de café moderno o ser arrinconadas para mejor ocasión. Siempre hay quien se cree mejor que los demás y contemplar sus logros se convierte en una ocasión de envidia... porque seguro que en la segunda prueba (de Selectividad o de la vida) no le irá tan bien.

Gracias a Dios la buena de Val no entiende de resentimientos ni etiqueta a las personas por sus errores, y menos a su propia hija. Hay entre ambas una relación dormida pero sincera: saben del cariño y sacrificio que el ser madre implica, y todo lo confían a esa condición. De eso no entiende esa otra madre que sufre un accidente de coche que es en realidad un accidente vital: ella cree curarlo con una estancia en el extranjero... como si mirando hacia otra parte se resolviera esa carencia familiar y educacional; su marido no queda en mejor lugar, enterrado hace tiempo en su indolencia y vacío vital-emocional (patético es su comportamiento). En definitiva, asistimos a un curioso retrato familiar de quien ha visto cómo la suya se descomponía con el tiempo permaneciendo un hilillo redentor, o de quien creía permanecer unidos siendo en realidad un cadáver encapsulado en el bienestar. Solo al final, el espectador se preguntará quién es la segunda madre, cuestión a la que aquí no vamos a responder.
La mirada de Ulises
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