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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
8
Terror. Drama. Romance Japón, hace 250 años. Un prestamista es asesinado por un cruel samurái que hace desaparecer el cadáver en el río. Veinticinco años más tarde, el destino hace que se crucen los caminos del hijo del samurái y la hija del prestamista que, ajenos al trágico pasado que les une, se enamoran. (FILMAFFINITY)
17 de enero de 2010
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hideo Nakata se hizo popular entre nosotros gracias a "The Ring", título emblemático del terror oriental contemporáneo que, para mi gusto, es quizás la obra mayor de este género en los noventa. Que, a partir de su éxito, en los años siguientes infinidad de películas (entre ellas los remakes de la propia "The Ring") invadieran hasta el colapso las plateas con "fantasmas de largas cabelleras", no debe servir en ningún caso para desprestigiarla. Menos conocida, pero igualmente subyugante, resultaba "Dark Water", de la que puede ser recomendable su visión al lado de "La última ola", de Peter Weir: en ambas resulta significativamente obsesiva e inquietante la presencia del agua.

Al contrario de éstas, "Kaidan" es de ambientación histórica (se sitúa en el Período Edo, antiguo nombre de Tokio); ya el título, como el de la película de Kobayashi de 1964, remite a los relatos clásicos sobrenaturales, tan caros a la cultura ancestral japonesa (basta leer los cuentos infantiles tradicionales, por ejemplo). De hecho, el film se presenta como una fábula, con la presencia de un narrador que, dirigiéndose al público, introduce el relato y efectúa acotaciones a lo largo de él.

Así pues, más que de genuino terror, cabe más bien hablar de atmósfera fantástica o, si se prefiere incluso, de un melodrama amoroso que incorpora (y tardíamente) elementos fantasmales (lo que no excluye, claro está, el afán de buscar el miedo). Conviene hacer esta acotación para evitar malentendidos o decepciones a futuros espectadores. El primer aspecto que sobresale al ver la película es su cualidad sumamente pictórica, con la que parece que Nakata quiera rendir homenaje a los clásicos. Cada plano (muchos parten, como los de Ozu, de la posición baja de cámara) presenta una trabajada plasticidad en cuanto a composición, simetrías y uso del color. También se exhibe una estilización en los decorados (y, paradójicamente, son algunos de los exteriores, como los bosques y lagos, o la nieve que cae, los que autodelatan su artificio, como un espacio nacido para la ensoñación). Por su parte, el ritmo es reposado, casi ceremonioso, mientras que el trabajo actoral mantiene unánimemente un buen tono, aunque quizás encuentro a faltar algo más de carisma en el protagonista, de acuerdo con la idiosincrasia de su personaje.

En cuanto al hecho de sentir miedo o inquietud, pertenece ya al ámbito de las reacciones emocionales, un terreno vivencial del que sólo cabe hablar en primera persona, sin pretender nunca generalizar. Por eso me limito a constatar que, en determinados pasajes, sí he sentido el cosquilleo de la intranquilidad y he lanzado más de un respingo. Aunque, como decía más atrás, percibo este aspecto de la historia no como una finalidad, sino como parte integrante de un interesante y elaborado discurso de fondo sobre el amor y las relaciones humanas.
Quim Casals
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