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Voto de Quim Casals:
8
7,8
6.694
Drama
Un hombre, Alekséi, habla con su esposa sobre su situación actual y los motivos por los que se han distanciado. La película es una evocación continua de recuerdos y sentimientos del propio Tarkovsky que viajan en diferentes tiempos sin orden aparente: la relación con su madre, su infancia,...que se mezclan con material fílmico de noticiario sobre la Guerra civil española, la Segunda guerra mundial y el enfrentamiento entre la URSS y ... [+]
4 de noviembre de 2018
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo divertido de revisitar “El espejo” con Servadac sentado en la fila de delante, es que uno no deja de apostar consigo mismo si cuando llegue el momento del inmortal plano de la levitación, también él, en místico arrebato de fe tarkovskiana, levitará de su butaca bajo el asombro de la platea, que aturdida contemplará a uno y otro lado de la pantalla el mismo milagro, como en un espejo.
No fue el único aspecto divertido de la sesión en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Descubrí, por ejemplo, que al adolescente tartamudo del inicio del film bastaba con dejar que le creciera el bigote y se le ajustaran unas gafas de sol y una bufanda para convertirse de mayor en Albert Serra. Compruébenlo. Me hace gracia siempre la súbita aparición de un personaje español imitando y glosando a Palomo Linares (aunque en eso le reprocho siempre a Tarkovsky que incluso un artista tan exigente él sucumbiera al mayor de los tópicos hispanos: habría sido bonito, en una película nutrida de los versos de su padre, que el exiliado español, y más teniendo en cuenta los dolorosos insertos de reportajes de época sobre la Guerra Civil, recitara un poema de Lorca o de Machado, por ejemplo).
Y hay más. Antes que se iniciara la proyección ya me advirtió GVD que él mismo había emitido una queja sobre el lamentable subtitulado en ese ciclo sobre el director, que ciertamente parece ejecutado por el corrector automático de Facebook. Cabe decir, sin embargo, que pese a la hilaridad que esto producía en muchos momentos, la comprensión de la cinta no se vio mermada en absoluto.
En este sentido debo confesar que la primera vez que vi “El espejo”, hace ya muchos años, cuando descubrí a Tarkovsky, me defraudó sobremanera su inaccesibilidad al entendimiento. No obstante, con el paso de los años y las revisiones, me acerqué a ella de otra manera, como quien se acerca a un sueño o a un poema, y desde este cambio de actitud receptiva se acabó convirtiendo en una de mis favoritas de su director. Irregular, por su propia naturaleza, pero al mismo tiempo poseedora de un fulgor que contemplo como fogonazos de belleza pura. El plano que recorre la estancia, refleja a los niños en un espejo y finaliza mostrando el incendio del establo me parece el más hermoso de toda su filmografía. En general, todo el tramo campestre es lo que prefiero, con una luz que me lleva a luces de mi infancia, y me abandono en esos momentos donde Tarkovsky juega como solo él supo hacerlo con los elementos naturales, ese viento que agita los campos, el agua, el fuego en las estancias, la nieve creando un cuadro de Brueghel…
Creo que es muy difícil substraerse a esta poética visual y a la emoción que destila, y ello explica que incluso un desertor de la secta tarkovskiana como Macarrones, para el cual, recordemos sus palabras, el testamento fílmico que para Tarkovsky supuso “Sacrificio” fue casi su propio testamento como espectador, saliera de la sala gozoso y puntuándola con un ocho. Convenimos, durante la cena posterior, que los momentos menos satisfactorios de la película son aquellos donde el director pretende mostrarse verbalmente más explicativo, en favor de aquellos otros en los cuales donde el poema audiovisual (¡qué bien maneja los sonidos y la música!), a veces con detalles tan ínfimos como un ralentí, deja plena libertad al espectador no ya para su “interpretación”, sino para compartir con el film su propia emoción, sus propia sensibilidad, sus propias evocaciones y recuerdos.
La reseña como tal finaliza aquí, pero antes de irme, en mi segunda confesión en estas líneas, confieso que no la habría escrito sin las circunstancias de esta última revisión, en Madrid, al lado de amigos filmaffiniteros muy queridos. Como no puede ser de otra manera a ellos va dedicada.
Y ahora les contaré una historia. La anterior vez que visité a mis amigos madrileños, en octubre de 2011, estuvimos a punto de entrar en el cine Doré para ver, nadie la conocía, “Tío Vania", de Konchalovsky, pero al final optamos por ir de tapas. No obstante, de regreso a Barcelona, escribí en el AVE una reseña titulada “La película que nunca vimos”. Como es lógico, fue mi única crítica no validada, aunque cabe decir que el validador/a demostró que había entendido su sentido y necesidad al responderme algo así como: “no podemos publicar una crítica de una película que no se ha visto, pero ha escrito usted un elogio muy sentido sobre el valor de la amistad, y estamos seguros que encontrará los canales adecuados para hacerlo llegar a sus amigos”.
Bueno, mis amigos ya tuvieron cuenta de ella en su momento, pero aprovechando el río aquel que pasa por Pisuerga, en la zona spoiler me cobro mi pequeña revancha.
No fue el único aspecto divertido de la sesión en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Descubrí, por ejemplo, que al adolescente tartamudo del inicio del film bastaba con dejar que le creciera el bigote y se le ajustaran unas gafas de sol y una bufanda para convertirse de mayor en Albert Serra. Compruébenlo. Me hace gracia siempre la súbita aparición de un personaje español imitando y glosando a Palomo Linares (aunque en eso le reprocho siempre a Tarkovsky que incluso un artista tan exigente él sucumbiera al mayor de los tópicos hispanos: habría sido bonito, en una película nutrida de los versos de su padre, que el exiliado español, y más teniendo en cuenta los dolorosos insertos de reportajes de época sobre la Guerra Civil, recitara un poema de Lorca o de Machado, por ejemplo).
Y hay más. Antes que se iniciara la proyección ya me advirtió GVD que él mismo había emitido una queja sobre el lamentable subtitulado en ese ciclo sobre el director, que ciertamente parece ejecutado por el corrector automático de Facebook. Cabe decir, sin embargo, que pese a la hilaridad que esto producía en muchos momentos, la comprensión de la cinta no se vio mermada en absoluto.
En este sentido debo confesar que la primera vez que vi “El espejo”, hace ya muchos años, cuando descubrí a Tarkovsky, me defraudó sobremanera su inaccesibilidad al entendimiento. No obstante, con el paso de los años y las revisiones, me acerqué a ella de otra manera, como quien se acerca a un sueño o a un poema, y desde este cambio de actitud receptiva se acabó convirtiendo en una de mis favoritas de su director. Irregular, por su propia naturaleza, pero al mismo tiempo poseedora de un fulgor que contemplo como fogonazos de belleza pura. El plano que recorre la estancia, refleja a los niños en un espejo y finaliza mostrando el incendio del establo me parece el más hermoso de toda su filmografía. En general, todo el tramo campestre es lo que prefiero, con una luz que me lleva a luces de mi infancia, y me abandono en esos momentos donde Tarkovsky juega como solo él supo hacerlo con los elementos naturales, ese viento que agita los campos, el agua, el fuego en las estancias, la nieve creando un cuadro de Brueghel…
Creo que es muy difícil substraerse a esta poética visual y a la emoción que destila, y ello explica que incluso un desertor de la secta tarkovskiana como Macarrones, para el cual, recordemos sus palabras, el testamento fílmico que para Tarkovsky supuso “Sacrificio” fue casi su propio testamento como espectador, saliera de la sala gozoso y puntuándola con un ocho. Convenimos, durante la cena posterior, que los momentos menos satisfactorios de la película son aquellos donde el director pretende mostrarse verbalmente más explicativo, en favor de aquellos otros en los cuales donde el poema audiovisual (¡qué bien maneja los sonidos y la música!), a veces con detalles tan ínfimos como un ralentí, deja plena libertad al espectador no ya para su “interpretación”, sino para compartir con el film su propia emoción, sus propia sensibilidad, sus propias evocaciones y recuerdos.
La reseña como tal finaliza aquí, pero antes de irme, en mi segunda confesión en estas líneas, confieso que no la habría escrito sin las circunstancias de esta última revisión, en Madrid, al lado de amigos filmaffiniteros muy queridos. Como no puede ser de otra manera a ellos va dedicada.
Y ahora les contaré una historia. La anterior vez que visité a mis amigos madrileños, en octubre de 2011, estuvimos a punto de entrar en el cine Doré para ver, nadie la conocía, “Tío Vania", de Konchalovsky, pero al final optamos por ir de tapas. No obstante, de regreso a Barcelona, escribí en el AVE una reseña titulada “La película que nunca vimos”. Como es lógico, fue mi única crítica no validada, aunque cabe decir que el validador/a demostró que había entendido su sentido y necesidad al responderme algo así como: “no podemos publicar una crítica de una película que no se ha visto, pero ha escrito usted un elogio muy sentido sobre el valor de la amistad, y estamos seguros que encontrará los canales adecuados para hacerlo llegar a sus amigos”.
Bueno, mis amigos ya tuvieron cuenta de ella en su momento, pero aprovechando el río aquel que pasa por Pisuerga, en la zona spoiler me cobro mi pequeña revancha.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
TÍO VANIA DE KONCHALOVSKY
"La película que nunca vimos"
Me pregunto yo si es posible escribir sobre una película que no se ha visto. Y no lo digo desde el chiste fácil que alguna vez parezca que así sea (un gag clásico que ya aparece en el ámbito del teatro en "Arsénico por compasión").
No se piense que no podría haber motivos para ello. Por ejemplo, una crítica argumentando las razones morales por los que uno se niega a ver "A serbian film" podría aportar un punto de vista sumamente interesante para la reflexión sobre los límites éticos en el cine.
Una variante, ésta sí habitual, son los usuarios que escriben negativamente sobre películas que por aburrimiento han dejado a medias o de las que han visto una ínfima parte (el ejemplo más drástico serían las reseñas sobre "Empire", de Warhol).
Pero la única verdad es que no he visto el "Tío Vania" según Konchalovsky. Si le pongo un 6 no es solo por la obligatoriedad de puntuar cuando se critica, sino porqué desde mi óptica cinéfila en positivo parto de la base que, mientras no se demuestre lo contrario, nada me impide pensar que una película desconocida pueda resultar, como mínimo, interesante.
Obviamente, después de mi confesión no me queda más remedio que asumir el riesgo evidente de sufrir por vez primera una invalidación, ante la cual objetivamente no cabría protesta alguna, pero como mínimo no me quedará el remordimiento de no haberlo intentado.
La frase central de la poco conocida pero extraordinaria película testamentaria de Ermanno Olmi "Cien clavos", reza: "Vale más un café con un amigo que todos los libros del mundo". Podemos sustituir libros por películas (y, huelga decirlo, devolver al término amigo el genuino sentido que las redes sociales le han quitado). ¿Y por qué cuento esto? Bien, el caso es que crucé 600 kilómetros solo para ver a unos cuantos amigos, todos ellos también muy cinéfilos y muy prestigiosos usuarios de esta página. Entre nuestras intenciones previas se contaba ir a ver juntos esta película, pero en el último minuto convenimos en dedicar ese espacio de tiempo para cenar.
Es pues porqué creo hondamente, a pesar de su apariencia ingenua o quizás debido a ella, en los valores de la cita de "Cien clavos", que escribo estas líneas. Para constatar cómo a veces lo que puede lograr que un cinéfilo impenitente e incorregible se sienta la persona más afortunada del mundo es no ir al cine.
"La película que nunca vimos"
Me pregunto yo si es posible escribir sobre una película que no se ha visto. Y no lo digo desde el chiste fácil que alguna vez parezca que así sea (un gag clásico que ya aparece en el ámbito del teatro en "Arsénico por compasión").
No se piense que no podría haber motivos para ello. Por ejemplo, una crítica argumentando las razones morales por los que uno se niega a ver "A serbian film" podría aportar un punto de vista sumamente interesante para la reflexión sobre los límites éticos en el cine.
Una variante, ésta sí habitual, son los usuarios que escriben negativamente sobre películas que por aburrimiento han dejado a medias o de las que han visto una ínfima parte (el ejemplo más drástico serían las reseñas sobre "Empire", de Warhol).
Pero la única verdad es que no he visto el "Tío Vania" según Konchalovsky. Si le pongo un 6 no es solo por la obligatoriedad de puntuar cuando se critica, sino porqué desde mi óptica cinéfila en positivo parto de la base que, mientras no se demuestre lo contrario, nada me impide pensar que una película desconocida pueda resultar, como mínimo, interesante.
Obviamente, después de mi confesión no me queda más remedio que asumir el riesgo evidente de sufrir por vez primera una invalidación, ante la cual objetivamente no cabría protesta alguna, pero como mínimo no me quedará el remordimiento de no haberlo intentado.
La frase central de la poco conocida pero extraordinaria película testamentaria de Ermanno Olmi "Cien clavos", reza: "Vale más un café con un amigo que todos los libros del mundo". Podemos sustituir libros por películas (y, huelga decirlo, devolver al término amigo el genuino sentido que las redes sociales le han quitado). ¿Y por qué cuento esto? Bien, el caso es que crucé 600 kilómetros solo para ver a unos cuantos amigos, todos ellos también muy cinéfilos y muy prestigiosos usuarios de esta página. Entre nuestras intenciones previas se contaba ir a ver juntos esta película, pero en el último minuto convenimos en dedicar ese espacio de tiempo para cenar.
Es pues porqué creo hondamente, a pesar de su apariencia ingenua o quizás debido a ella, en los valores de la cita de "Cien clavos", que escribo estas líneas. Para constatar cómo a veces lo que puede lograr que un cinéfilo impenitente e incorregible se sienta la persona más afortunada del mundo es no ir al cine.