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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
8
Comedia. Drama América, años 30. Emmet Ray es un genio del jazz, un guitarrista magistral que vive obsesionado por el legendario Django Reinhardt. Sin embargo, en cuanto baja del escenario, se convierte en un tipo arrogante, zafio, mujeriego y bebedor. En definitiva, aunque sabe que es un músico con talento, también sabe que su licenciosa vida, su tendencia a meterse en problemas y su incapacidad para comprometerse le impiden alcanzar la cima ... [+]
19 de julio de 2012
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando vi esta película en el momento de su estreno me pareció simplemente pasable, "una más" de su autor. Hasta hace muy poco —al contrario de lo que suele sucederme con Allen— no me apeteció recuperarla. No obstante, tras este segundo visionado la considero particularmente atractiva y conseguida. Esto significa que, o bien la primera vez no supe apreciar sus cualidades, o bien la película siempre fue discreta y son mis cualidades como espectador las que voy perdiendo.

Lo que he creído detectar ahora es a uno de los personajes —tanto sobre el papel de escritor de Allen como transmutado por la interpretación de Sean Penn— más ricos y fascinantes de su filmografía. Explica Woody en sus entrevistas con Eric Lax que recuperó un guión antiguo que iba a interpretar él mismo, pero que se alegra que finalmente no fuera así. Estoy de acuerdo con él. Tal como sucedió en la fallida "La maldición del escorpión del jade" (Woody y yo coincidimos de nuevo en considerarla su peor película), esto habría matado la credibilidad del personaje, dada la limitación cómica de su estereotipo. Solo alguien con la variedad y calidad de los registros de Penn podía hacer justicia a los múltiples matices del genial, egocéntrico, arrogante y contradictorio Emmet Ray. Enfrente, aparece una espléndida Samantha Morton con entrañables aromas gelsominianos (la similitud con "La Strada" se me ha aparecido ahora muy diáfana).

Explica también Woody, en una idea que me gusta mucho, que siempre procura que la pantalla irradie la confortabilidad de un mullido sillón, y de ahí su querencia por los colores cálidos. En este caso, a fe que la dorada fotografía de Zhao Fei consigue este propósito. Obviamente que la música, por el argumento, juega un papel destacado, pero en el fondo no más que en cualquier otra película suya.

Conociendo su filmografía, se perciben claramente ecos diseminados de muchas películas ("Zelig", "Días de radio", "Balas sobre Broadway"...). Pero, sobre todo, está ese tono tan especial e inconfundible que Allen, como Wilder, sabe encontrar en sus mejores momentos, oscilando entre lo anecdótico y lo dramático, lo banal y lo trascendente, sin perder nunca el equilibrio. Hay aquí una reflexión sobre la figura del artista, su relación con el mundo y la conexión con los sentimientos propios como motor para la creación más profunda y auténtica, que no por sabida o repetida deja de resultar sugerente.

Una película, pues, que su director y yo gustamos de reivindicar, al igual que la muy poco valorada "Un final made in Hollywood", que ambos consideramos una de sus mejores comedias. De hecho, y siguiendo con estas concomitancias, creo que Woody Allen es el cineasta con el que mi juicio acerca de su obra coincide más con el suyo propio. La primera reacción, casi visceral, es alegrarme de ello, pero pronto caigo en la cuenta que a lo mejor esto es muy mala señal, porqué siempre se ha dicho que los directores son los peores críticos de sus propias películas.
Quim Casals
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