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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
8
Drama Oriol y Yolanda viven en París con sus dos hijas. Él es arquitecto, ella es profesora. Durante unas vacaciones en el Delta del Ebro, un accidente transforma sus vidas. (FILMAFFINITY)
22 de enero de 2013
17 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque tarde, por fin me he iniciado en el universo de Jaime Rosales, a través de "La soledad" y "Sueño y silencio". Yo diría, haciendo honor a su apellido, que acercarse a su cine es como acercarse a un rosal con los ojos vendados: avanzas a tientas, sin que se te permita contemplar el bello color de los pétalos; te has de guiar por su aroma y dejarte impregnar de él, mas al tratar de atraparlo es cuando descubres que has sangrado.

Cuando terminó "Sueño y silencio" me sentía como en lo primero y necesité un cuarto de hora de lo segundo para regresar al mundo de los vivos. No resulta fácil sin embargo analizar las razones. En el caso "La soledad", sus mecanismos internos se antojan, por así decirlo, más diáfanos: así, el uso consecuente de la pantalla partida —encuentro algo pedante lo de polivisión— como forma creadora de fondo (vg. cuando dos personajes hablan frente a frente y simultáneamente vemos a uno de cara y al otro de perfil).

Para "Sueño y silencio" Rosales contó con no-actores (de hecho, su profesión real es la misma que encarnan) que improvisaban sus diálogos a partir de la idea básica que el director les pedía que transmitieran, siempre en una sola y única toma (que también por norma son planos fijos con los personajes habitualmente descentrados o incluso fuera de campo). Este procedimiento genera en el espectador sensaciones encontradas de cercanía y distanciamiento, y referirnos a él puede servir para desentrañar claves positivas de la película, aunque paradójicamente también señala sus limitaciones: está claro que en el caso de la madre supuso un acierto pleno, y también funciona muy bien con los abuelos, pero se produce algún cortocircuito con el padre, al que únicamente se le nota cómodo estando callado o hablando en inglés.

No me gustó en absoluto la aparición en forma de prólogo y epílogo del pintor Miquel Barceló: primero, porqué opino que el resto —la película— se basta solo para establecer la plenitud de su discurso; segundo, porqué en cualquier caso encontraría más coherente con la propuesta un pintor anónimo; la cotización internacional de Barceló es de tal magnitud que se genera la molesta impresión que el autor quiera con su participación dotar a su obra de un pedigrí de "alta cultura" (que por otro lado en absoluto precisa); y tercero, porqué su aparición final incordia al producirse tras la escena más secretamente lírica de la película (¿verdad que después del último plano de "Luces de la ciudad" o "El tercer hombre" no cabe decir nada más?) y sin duda una de las más hermosas de los últimos tiempos.

Uno puede aventurarse y recordar detalles sueltos que acuden a la mente: ese silencio mortal en el coche, el larguísimo plano fijo del cementerio que parte la película en dos, un par de travellings laterales simétricos, la única imagen en color y, sobre todo, los planos en el parque, esos sí, con la cámara al hombro (*); también los rostros, y la luz que los esculpe.

Pero la incógnita sigue sin resolverse del todo. ¿Nos basta esta enumeración para dar cuenta de cómo se forja la emoción en "Sueño y silencio"?

Me vienen ahora a la cabeza las disquisiciones del Juan de Mairena de Antonio Machado. Cabe concebir, pienso, a Rosales como cineasta —o poeta, o artista, que vendría a ser lo mismo— de las intuiciones. El proceso constructivo de "Sueño y silencio", donde tiene cabida lo azaroso, lo imprevisto, los instantes por defecto únicos e irrepetibles, y con ellos también sus errores, se asemeja ante todo a una búsqueda. Rosales parece buscar, explorar, tantear, sin importarle adentrarse por algún sendero equivocado (los "defectos" citados no parecen "perjudicar" la esencia de la obra, cuyo poso extrañamente se mantiene intacto), y, finalmente, logra capturar algo. En ese algo, al que no pongo nombre, y del que los espectadores pueden ser receptores si así se lo plantean, creo que radica también parte del misterio último de su belleza.



(El título de esta reseña hace referencia al "Llibre d'absències" de Miquel Martí i Pol)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quim Casals
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