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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
9
Drama En Viena, en la primavera de 1900, el soldado Franz conoce a Leocadia, una prostituta, pero acaba liándose con una criada, que pronto pasa a manos del señorito Alfred, el cual mantiene también un affaire con Emma, una mujer casada, cuyo millonario marido se entretiene con una modista que está enamorada del poeta Robert, amante de una gran actriz encaprichada con un joven teniente de dragones. (FILMAFFINITY)
7 de mayo de 2011
50 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
La singular estructura de la obra de Schnitzler —el encadenamiento de escenas amorosas de a dos del tipo AB-BC-CD…— supone un desafío a la dramaturgia tradicional que busca la complicidad del público hacia unos personajes principales y apela a su interés ante un conflicto central y su desenlace. A este desapego emocional contribuye que el autor no define a los personajes con una individualidad humana, sino que son presentados ex profeso en su condición de máscaras estereotipadas de diferentes roles sociales.

Max Ophüls refuerza este proceder introduciendo al presentador demiurgo y omnipresente, que se dirige directamente a los espectadores e interactúa con el resto del elenco bajo variopintos ropajes. Más allá de la originalidad de esta idea, rotundamente audaz en su época, lo que importa realmente y demuestra la clarividencia del cineasta es su total coherencia con dicha mirada distanciada y entomológica. El primer plano secuencia con el que se abre la película —y que en su belleza uno desearía que no terminara nunca— es toda una declaración de principios que nos avisa del autoasumido carácter del film como representación y artificio.

La pregunta que siempre me hago al revisar la película es la siguiente: si por sus características intrínsecas, se trata de una pieza que el espectador ha de ver "desde fuera" y se dirige ante todo a su intelecto, proponiendo una sutil, lúcida, irónica, mordaz y melancólica disección del amor, el deseo y el sexo, ¿de dónde proviene, pues, la intensa emoción que me embarga cada vez que la veo? Y la respuesta es siempre la misma: es el goce estético ante el propio hecho fílmico, mostrado con una pureza y una exuberancia pocas veces igualada.

Porqué, en efecto, importa remarcarlo, Ophüls no es opulento. Su virtuosismo no es nunca decorativo ni exhibicionista, ya que es la propia puesta en escena la que alberga el significado. Aquí, la construcción de facto como diez "cortometrajes", le ayuda aún más a tratar cada uno como una delicada pieza de orfebrería a la que nada sobra ni falta. Por eso, aunque en su literaridad algunos pasajes puedan ser más interesantes que otros, la elegancia de la escritura cinematográfica permanece unívoca, en lo que supone un repertorio inagotable de recursos expresivos: la manera de mostrar un frío matrimonio carcomido por el paso del tiempo con esas camas, como dos tumbas, que vemos separadas desde un péndulo; los resolución con predominancia esta vez del plano-contraplano en la escena entre la criada y el señorito, con encuadres torcidos a la manera de "El tercer hombre" o a través de barrotes, con el objetivo de señalar las barreras entre las clases sociales y su mutuo extrañamiento; los espejos constantes que desdoblan no casualmente al personaje de la actriz, las escaleras con movimientos de cámara descendentes en el caso de la prostitución o ascendentes para la aristocracia, etc., a lo que hay que sumar los originalísimos gags del "gatillazo" o la alusión a la censura. /…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quim Casals
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