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Voto de Quim Casals:
7
5,9
664
Drama
Filmada únicamente usando luz natural, la historia de "El canto de los pájaros" es, según su director, Albert Serra: "en cierto sentido bastante simple, cuenta lo que dicen esas tres frases de la Biblia: unos Reyes Magos que llegan a un sitio que parece ser el Portal de Belén, y se van". Preestrenada en Cannes 2008 con una acogida discreta. (FILMAFFINITY)
9 de junio de 2010
23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al presentar "Honor de cavalleria", Albert Serra comentó no era "la narración de una aventura sino la aventura de una narración". Su aventura siguiente, "El cant dels ocells", prosigue en la misma senda, puliendo algunas aristas, aunque persistiendo en otras limitaciones. En conjunto, me parece un avance respecto a su versión del Quijote, en cuanto percibo en ella una más estructurada unidad formal, y una también más conseguida capacidad de poetizar sus contenidos.
"El cant dels ocells" no narra, pues, sino más bien acompaña parsimoniosamente a los tres Reyes Magos en su errático viaje hacia la adoración del recién nacido. La cámara se muestra más segura en la concepción del plano. A ello contribuye el tratamiento visual en un contrastado blanco y negro (aunque en escenas nocturnas la textura se torna más confusa) que define a los personajes, carentes de cualquier psicologismo, siempre en relación a un paisaje rocoso y lunar —la película se rodó íntegramente en exteriores de Fuerteventura, Tenerife e Islandia, buscando, también en palabras del director, un territorio "abstracto y mítico"—. Esta abstracción, de marcado primitivismo, que podríamos emparentar con la interesante "El tiroteo", de Monte Hellman (tanto en su fisicidad como en su temática metafísica), dota a la película de un poderosísimo magnetismo, ya que éste no brota de la artificiosidad de unos decorados (pensemos en el último Fellini, por ejemplo), sino de una forma de mirar lo que la naturaleza ya ha creado. Es en ese saber mirar donde se concentra la cualidad más pura de Serra como cineasta.
Hay en ese trayecto zigzagueante momentos para el recuerdo: la divertidísima discusión de los Reyes sobre qué camino seguir (que obligatoriamente sólo puede degustarse en su versión original: la dicción profana de los no-actores de Serra es tan esencial en su cine como el automatismo en el habla de los modelos de Bresson), la pasoliniana y heterodoxa recreación de María y José, el momento de la adoración ante el niño, donde escuchamos la melodía que da título al film (aunque hay que admitir que tras la sublime interpretación que en su día inmortalizó Pau Casals, cualquier nueva aproximación siempre resulta menos emocionante), o el baño postrero, inequívoco símbolo de purificación: desde las antípodas del cliché religioso, llegamos sin embargo a una experiencia eminentemente espiritual.
Otros momentos, sin embargo, nos alejan, casi nos expulsan, del film: Serra reincide en la excesiva morosidad de los tiempos muertos. La dilatación de un plano ya dilatado solamente puede conducir a la redundancia. Quizás el director debería tomar nota de su admirado Bresson, al que le bastaba con una hora y poco más para transmitir una visión del mundo. Particularmente, pienso que, planteada en estos términos —una "miniatura", como "Madre e hijo" de Sokurov, o los últimos trabajos de Manoel de Oliveira—, el resultado podría haber sido un poema visual memorable y mágico.
El problema de fondo...
"El cant dels ocells" no narra, pues, sino más bien acompaña parsimoniosamente a los tres Reyes Magos en su errático viaje hacia la adoración del recién nacido. La cámara se muestra más segura en la concepción del plano. A ello contribuye el tratamiento visual en un contrastado blanco y negro (aunque en escenas nocturnas la textura se torna más confusa) que define a los personajes, carentes de cualquier psicologismo, siempre en relación a un paisaje rocoso y lunar —la película se rodó íntegramente en exteriores de Fuerteventura, Tenerife e Islandia, buscando, también en palabras del director, un territorio "abstracto y mítico"—. Esta abstracción, de marcado primitivismo, que podríamos emparentar con la interesante "El tiroteo", de Monte Hellman (tanto en su fisicidad como en su temática metafísica), dota a la película de un poderosísimo magnetismo, ya que éste no brota de la artificiosidad de unos decorados (pensemos en el último Fellini, por ejemplo), sino de una forma de mirar lo que la naturaleza ya ha creado. Es en ese saber mirar donde se concentra la cualidad más pura de Serra como cineasta.
Hay en ese trayecto zigzagueante momentos para el recuerdo: la divertidísima discusión de los Reyes sobre qué camino seguir (que obligatoriamente sólo puede degustarse en su versión original: la dicción profana de los no-actores de Serra es tan esencial en su cine como el automatismo en el habla de los modelos de Bresson), la pasoliniana y heterodoxa recreación de María y José, el momento de la adoración ante el niño, donde escuchamos la melodía que da título al film (aunque hay que admitir que tras la sublime interpretación que en su día inmortalizó Pau Casals, cualquier nueva aproximación siempre resulta menos emocionante), o el baño postrero, inequívoco símbolo de purificación: desde las antípodas del cliché religioso, llegamos sin embargo a una experiencia eminentemente espiritual.
Otros momentos, sin embargo, nos alejan, casi nos expulsan, del film: Serra reincide en la excesiva morosidad de los tiempos muertos. La dilatación de un plano ya dilatado solamente puede conducir a la redundancia. Quizás el director debería tomar nota de su admirado Bresson, al que le bastaba con una hora y poco más para transmitir una visión del mundo. Particularmente, pienso que, planteada en estos términos —una "miniatura", como "Madre e hijo" de Sokurov, o los últimos trabajos de Manoel de Oliveira—, el resultado podría haber sido un poema visual memorable y mágico.
El problema de fondo...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
...asociado a una apuesta estética tan radical, estriba, no obstante, en el propio concepto de "provocación" que suscita. Dicho de manera simplificada, creo que hay dos grandes tipos de provocación en el arte. Por un lado, la provocación que surge como consecuencia inevitable —y, a la postre, positiva, porqué hace avanzar el lenguaje artístico— del artista insobornablemente fiel a si mismo, que diría Tarkovski. Pero, por otro lado, encontramos también la provocación entendida únicamente como finalidad, como objetivo a alcanzar. Y, cuando esto sucede, el artista está renunciando a una parte de sí mismo, ya que se limita a crear en función de los demás: no ofrece aquello que realmente nace de sus entrañas, sino aquello que cree, o considera, o está seguro que molestará, disgustará, enfadará, escandalizará… a un segmento mayoritario del público.
Teniendo Serra la capacidad de provocación en sentido loable (su concepción del cine por defecto será siempre minoritaria, pero en su exploración artística se advierten rasgos de gran talento), creo que cae demasiado fácilmente en la tentación de la provocación por la provocación, aspecto que no lleva a cabo solamente dentro de la pantalla, sino en la recreación de su propio "personaje" público, que lanza perlas como que su dos obras son las dos mejores películas españolas de los últimos treinta años…
Prefiero pensar que son pecados veniales de juventud y que, poco a poco, irá encontrando un sendero auténticamente personal, desde el cual podrá regalarnos en el futuro sus mejores películas. En palabras más prácticas, cuando el plano dure lo que su corazón, con total sinceridad, le dicte, y no lo que la cabeza le indica que supera el límite medio de capacidad de paciencia de los espectadores.
Teniendo Serra la capacidad de provocación en sentido loable (su concepción del cine por defecto será siempre minoritaria, pero en su exploración artística se advierten rasgos de gran talento), creo que cae demasiado fácilmente en la tentación de la provocación por la provocación, aspecto que no lleva a cabo solamente dentro de la pantalla, sino en la recreación de su propio "personaje" público, que lanza perlas como que su dos obras son las dos mejores películas españolas de los últimos treinta años…
Prefiero pensar que son pecados veniales de juventud y que, poco a poco, irá encontrando un sendero auténticamente personal, desde el cual podrá regalarnos en el futuro sus mejores películas. En palabras más prácticas, cuando el plano dure lo que su corazón, con total sinceridad, le dicte, y no lo que la cabeza le indica que supera el límite medio de capacidad de paciencia de los espectadores.